ALBA Y LAS LUCES DE LA FLORESTA
Una de esas noches en que el sueño olvido visitar su cama, Alba
decidió salir a cazar lucecitas. Cada
noche, desde el inicio de su memoria, recordaba haber visto aquellas lucecitas
brillantes entre los arboles de la floresta.
Sin saber exactamente lo que buscaba se vistió de oscuro, se calzo unas
botas de lluvia, aunque era pleno verano, tomo un colador grande y fue en busca
de aquello que no sabía.
Alba era dueña de una personalidad desbordante, todo aquel
que tenía el privilegio de conocerla quedaba maravillado por la simplicidad mágica
de aquella. Tan grande era su encanto que jamás nadie pudo decir que ropa llevaba
puesta. Eso nunca importo, ninguno hubiera desperdiciado el tiempo junto a ella
para reparar en estúpidas consideraciones. Ella regalaba interesantes
conversaciones, sus apreciaciones parecían
interpretar el alma de las personas, llegaba sutilmente a esos espacios que
cada ser humano guarda solo para sí. Alba era capaz de leer los ojos de quien
le dedicase una mirada.
Apenas llegada al mundo en el pequeño poblado donde vivió desde los
inicios de su vida, la abuela supo que sería
diferente a todos sus otros nietos y nietas. Recién salida del vientre materno
la cría ya balbuceaba palabras, estaba tan apurada en hablar que la madre
asustada la llevo a santiguar pensando que podía tratarse de algún tipo de mal.
Nunca se supo de alguien que pudiese describir a la niña. Solo
se lograba decir que era una niña encantadora. No existía otra manera de
describirla, no se podía catalogar de bella, o inteligente, era mucho más que
eso, pero al mismo tiempo era más simple que todo aquello. Ni las más venenosas
viejas amargadas pudieron hallar, con sus ojos entrenados, algún defecto en
Alba. Ella solo se dedicaba a crecer y lo hacía de todas las formas posibles.
Tal era la fuerza de su simple presencia que quienes usaban
su tiempo chismoseando se sentían avergonzados ante ella. Los hombres flojos,
los que golpeaban a sus esposas, los infieles, los aprovechados, bajan la
cabeza al verla. Era bien extraño lo que Alba ocasionaba sin querer en la gente
que la rodeaba. Ella nunca critico a nadie, en realidad era amable porque así
era ella, le nacía naturalmente el amor por la humanidad. No daba consejos, ni
sermones, pese a la insistencia de muchos que buscaban su opinión ante alguna controversia.
Siempre fue
espontanea en su saludo, en escuchar a quien le quisiera contar cualquier cosa,
en abrazar a quien necesitase cariño.
Así fue creciendo Alba
y a medida que lo hacía parecía brillar. La gente decía que parecía estar
iluminada. En su simpleza, no le gustaba sentirse admirada, creía que las
personas desperdiciaban demasiado tiempo en buscar a quien admirar porque no
eran capaces de verse a sí mismos con bondad.
Cuando cumplió los quince años, su cuerpo no envejeció más,
a los treinta seguía manteniendo sin esfuerzo la juvenil silueta de
adolescente. Sin más, el tiempo se
detuvo en ella conservando intacta su piel y sus rasgos, otra razón más para
que las buenas personas del lugar creyesen que era una especie de santa
milagrera reencarnada, viviendo entre ellos. Todos los día la abuela de Alba
encontraba en la puerta de la casa alguna vela encendida y más de alguna vez,
plaquitas dando las gracias por favores concedidos. Alba ajena a las especulaciones mágicas - religiosas,
intentaba seguir creciendo en saberes, no para asombrar a nadie, sino porque
amaba genuinamente aprender. Así fue desarrollando distintas habilidades y
recogiendo todo tipo de conocimientos.
La Inquieta mujer con
aspecto de muchacha se dedicó a conocer todos los secretos de las plantas y los
árboles. Se convirtió en una diestra alfarera,
magnifica costurera entre muchas otras artes y saberes que fue acumulando. Aprendió
a reconocer el sonido de las aves, los aromas del viento, el color del trigo
maduro. Reconocía también, siempre sin juzgar,
la mentira, la mala intención, la avaricia, la envidia… hubiera preferido no
tener esta última habilidad, le dolía. Amaba tanto que le lastimaban los malos
sentimientos escogidos por quienes se cargaban de ellos para ir por la vida, no
entendía a quienes enarbolaban con orgullo la maldad como herramienta o arma vital.
Envuelta en su naturalidad generosa cada día ayudaba a su
anciana abuela, ella fue quien la
termino de criar luego de que su madre, asustada y avergonzada de saberse leída
por su propia hija, no soportara quedar tan desnuda en alma y una madrugada
antes de que Alba cumpliera los cinco años se fue para siempre llevándose a sus
otros hijos y al esposo de turno. Atormentada por saberse descubierta en su más
íntima esencia, no volvió más.
Alba desde pequeña vio esas lucecitas entre los arboles del
bosque junto a su casa, nunca tuvo miedo de la noche o del bosque, en realidad nunca le temió a nada,
extrañamente aunque sentía curiosidad, no se le ocurría ir a ver que eran esos
hermosos brillos nocturnales. Así fue hasta la noche en que el sueño no acudió a
su encuentro dándole libertad para salir de cacería. Armada con su colador y
sus botas de goma se internó en el
bosque. Antes de salir pasó a la pieza de su abuela para ver si estaba dormida.
Al confirmar que dormía profundamente se fue feliz a su improvisada aventura.
Cuando comenzó a entrar al bosque, la claridad de una
enorme luna llena color queso, iluminaba
sus pasos. Caminando cuidadosamente para no pisar a ningún habitante de la floresta,
avanzo entusiasmada como niño al abrir
la envoltura de un regalo. Al llegar a un claro, vio a cierta distancia las
primeras lucecitas que buscaba. Continúo avanzando, las luces aumentaban y crecían
mientras más pasos daba. De pronto sintió una suave tibieza, el resplandor de todas las
pequeñas luces unidas envolvieron su cuerpo entregado a la sensación de arrullo.
Así estuvo por un largo tiempo, mecida y
abrazada por una única luz proveniente de muchas pequeñas. Embelesada en su sentir fue vuelta a la realidad por unos suaves murmullos que poco a poco iban
creciendo. Intentando entender lo que decían
cerró los ojos quedándose muy quieta, fue entonces que pudo oír con claridad,
las voces decían en un dulce coro
- Bienvenida Alba,
bienvenida hermana-
Abriendo los ojos suavemente
vio que en lugar de las luces había muchachas y muchachos muy parecidos a ella,
vestían luces, sus rostros le eran familiares como nunca antes sintió a otros.
Esa noche fue que
Alba, la encantadora niña indescriptible volvió a ser luz. Esa noche fue que su
abuela apago su propia luz al irse a descansar para siempre, durante su sueño
profundo supo que Alba, su dulce niña, había encontrado un lugar para simplemente
amar y brillar tranquila.
Aidana –Letras Revueltas
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