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Mostrando las entradas de enero, 2016

Los Artistas No Mueren

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Los artistas no mueren, sólo se transforman. Cambian de estado, Se vuelven polvo de estrellas y permanecen. No mueren, retornan  transformados  en aire,  en agua,  en tierra, en fuego. Guiñando un ojo  desde  otros  mundos, sonríen  y siguen creando, Esperan el momento propicio  para  encender  nuevos soles,  cantar  afinados soplos de vientos  astrales o dibujar coloridos espacios siderales. Son libres, no piden permiso. Duermen por un breve  espacio  de tiempos  relativos, novedosos y calmos. Créeme, los artistas no mueren. No llores , no se ha ido, No se han ido .  Todos  ellos, todas ellas,  están aquí siempre Están, permanecen  ajenos a los lutos, no los entienden. Tal vez  adivinando que  sus obras los hacen  eternos O quizá porque son tan libres que elijen estar  aquí, junto a los vivos A Juan Sandin Desde Chile Aidana y sus letras revueltas Pintura la Luna de Juan sandin.

UN VIEJO QUE CONTABA HISTORIAS

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Los viernes en la tarde, don Pedro acudía devotamente a su junta semanal de dominó en el viejo bar de doña Pancha distante a unas pocas cuadras de la casa en donde arrendaba una pieza para vivir. Era un barrio antiguo, de esos que se resisten a la modernidad conservando sus viejas fachadas de casas sin antejardín y entradas con mamparas. Barrio donde los vecinos se conocen y saludan con una sonrisa. Allí aun las vecinas salen a barrer la vereda estacionándose cada cierto tiempo  para dar paso a la conversación con algún conocido y  enterarse de un nuevo chisme, alguna novedad o simplemente para saber de la salud del otro. Don Pedro vivía solo, era hombre jubilado pero sin júbilo porque recibía una pensión que apenas le daba para sobrevivir, a sus setenta y nueve años ocupaba sus días en crear historias en su mente, pero no cualquier tipo de historias, las suyas eran graciosas llenas de anécdotas que el mismo protagonizaba no importando lo bochornosas y ridículas que pudieran s

EL ERROR

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D onde vine a morir… Fue lo que pasó por su mente antes de soltar el último soplo de aire que lo unía con la vida...   Era un día de verano, de esos  días en que los niños juegan hasta tarde y las vecinas comadrean de lo lindo sacando sillas para sentarse en las veredas mientras vigilan a los pequeños que a falta de patio en sus precarias viviendas de pobres, construidas como para que se sientan pobres, hacen de la calle patio de juegos felices y ajenos a todo. El movimiento en la población no cesaba aunque hacia un buen rato  había  obscurecido. Miguel llego del trabajo a eso de las diez de la noche, como de costumbre saludo cordialmente a cada vecino con quien se encontró  en el camino. Cuando llego a la casa donde Vivía con su esposa María y su pequeña hijita  de cerca de un año, fue testigo son querer de una fuerte  discusión entre su vecino y un hombre al que había visto un par de veces por el barrio. Al encontrarse con esta escena se limitó a saludar con un gesto que fu

RUEDA DE HAMSTER

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S in alguna razón en particular despertó de mal humor. Se levantó temprano, entro a la ducha y debió luchar contra las polaridades entre el hielo doloroso del agua fría y el chorro de agua extremadamente caliente quemando su piel regalándole a su mal humor un nuevo argumento. Entre gruñidos se vistió y desvistió varias veces, el espejo parecía también estar coludido para complicarle el día. Al final y sin volver a fijarse en el espejo escogió un pantalón azul y una blusa tan negra como su humor. Salió de la casa sin desayunar, estaba apurada, la ridícula lucha contra la ducha y el espejo la habían retrasado. Tomo el metro a esa hora maldita en que casi no es posible respirar por lo saturado de gentes que apenas dejan espacio para poner ambos pies en el piso. Al llegar a la estación de destino sintió que el vagón la expulsó de su panza a punto de reventar. Su mal humor seguía aumentando. En su trabajo continuaron acumulándose argumentos para estar de malas. Apenas llegó

DEMASIADO TARDE

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El sudor corría por su rostro pálido, al mirar sus manos ensangrentadas no daba crédito a lo que acababa de ocurrir. Su corazón acelerado, los ojos desorbitados y ese silencio final; todo le pareció eterno e inverosímil. Estaba allí, sentada en el suelo, la espalda apoyada en la cama. Allí en su propia pieza. Por algunos minutos que quizá fueron horas cayó en una especie de trance, podía oír el galope furioso de su corazón, la mente confusa, las manos temblorosas, seguía sudando. De pronto como si le llamase desde el suelo, a unos cuantos metros vio a su marido. Un charco espeso de sangre enmarcaba su cuerpo quieto. Al observarlo le pareció que aquel no era el hombre de momentos antes, la serenidad de la muerte le había quitado ese aspecto terrible de hombre golpeador. Suspiro reencontrándose con una imagen olvidada, la imagen de quien hacía varios años la había enamorado. La muerte lo volvía bueno.  Lentamente y con dificultad se incorporó, la lucha había sido literalmente a mue