UN VIEJO QUE CONTABA HISTORIAS




Los viernes en la tarde, don Pedro acudía devotamente a su junta semanal de dominó en el viejo bar de doña Pancha distante a unas pocas cuadras de la casa en donde arrendaba una pieza para vivir. Era un barrio antiguo, de esos que se resisten a la modernidad conservando sus viejas fachadas de casas sin antejardín y entradas con mamparas. Barrio donde los vecinos se conocen y saludan con una sonrisa. Allí aun las vecinas salen a barrer la vereda estacionándose cada cierto tiempo  para dar paso a la conversación con algún conocido y  enterarse de un nuevo chisme, alguna novedad o simplemente para saber de la salud del otro.
Don Pedro vivía solo, era hombre jubilado pero sin júbilo porque recibía una pensión que apenas le daba para sobrevivir, a sus setenta y nueve años ocupaba sus días en crear historias en su mente, pero no cualquier tipo de historias, las suyas eran graciosas llenas de anécdotas que el mismo protagonizaba no importando lo bochornosas y ridículas que pudieran ser. En su juventud había tenido varios amores y media docena de hijos de los que poco y nada sabía. A decir verdad nunca fue lo que se dice un hombre responsable y menos un buen padre. Esa forma de vivir lo condujo irremediablemente a la vida solitaria que llevaba a sus años.
Según  contaba en sus histriónicas narraciones en  sus tiempos de juventud  había sido domador del único león en un circo muy pobre al que se unió para dejar la escuela. De aquellos años le había quedado una cicatriz en el brazo producto del arañazo del desnutrido y traidor animal al que imitaba al contar el peligroso incidente mostrando su cicatriz a la vetusta audiencia que oía en completo silencio cada detalle del increíble relato.
 Cada semana sus compañeros de juego, tan viejos como él, le pedían continuar con la historia del circo y el león a lo que don Pedro respondía agregando algún nuevo gracioso o peligroso episodio, desatando  expresiones de asombro o un estallido de carcajadas en el bar.
 La historia del circo fue la más popular entre sus amigos, era inagotable en pasajes chistosos, pero no era la única, el hombre estaba cargado de un arsenal de las más variadas aventuras recolectadas a lo largo de sus muchas vidas.
 Sin bien era cierto que de niño había escapado de casa para unirse a un circo, jamás fue domador de fieras, en realidad fue aseador,  jamás  llegó al escenario para otra cosa que no fuera limpiar o trasladar los implementos que los artistas requerían. Así era en la vida real, pero para don Pedro esto no represento un obstáculo, ni alcanzo a poner freno a las aventuras que su mente creo para recordar esa época circense.
Desde niño solía imaginar espacios, mundos paralelos en donde hacía de las suyas. Allí era libre de ser lo que su imaginación y ganas quisieran. Nunca le dio mayor importancia a la realidad, el entraba y salia de ella como y cuando quería sin cuestionarse nunca la verdad o la mentira. Quizá esa fue siempre la fuente de su permanente alegría.

Sus amigos disfrutaban de cada uno de sus relatos, volvían a vivir a través de sus historias. Por algunos momentos olvidaban sus achaques, rejuvenecían imaginando viajes a pueblos lejanos con aquel circo destartalado de carpa parchada y desteñida, hasta podían ver al escuálido león haciendo patéticos  saltos y rugiendo apenas. Cada cual dependiendo del alcance de su imaginación vivenciaba las narraciones del gracioso hombre siempre bien perfumado de aspecto de cantante de tango. Aunque muchos dudaban de la autenticidad de las historias, nunca plantearon la duda en público, mucho menos al mismo don Pedro ¿para qué? Cuando la única espera cierta es la muerte, qué más da oír  cuentos verdaderos o fantásticos, además eran tan bien contados que el cuestionamiento  habría sido un despropósito, sobre todo si de alguna forma hubiese significado dejar de oírlos.

Don Pedro se preparaba para  los viernes. Desde temprano aterrizaba su mente para evitar que huyera, planchaba su viejo terno, buscaba su mejor corbata, se bañaba cuidadosamente, se cortaba las uñas, se afeitaba la inexistente barba, peinaba su escaso cabello cano con gel y se rociaba  la solapa de colonia Flaño. Era un ritual como el de cualquier artista alistándose para salir a escena.
Generalmente olvidaba almorzar los viernes, su dedicación estaba puesta en arreglarse para la tarde, usaba gran parte del día para eso. Consciente de la facilidad de su mente para abandonar el mundo real intentaba oír la radio, ver la tv o leer el diario. Esto aplastaría la imaginación y la mente de cualquiera se decía.
 Luego al llegar la tarde, salía desde su  pieza bien arreglado saludando afectuosamente a las buenas gentes con quien se encontraba hasta llegar al añoso bar de Doña Pancha, allí era recibido con la moderada algarabía de la que su habitual audiencia era capaz por el peso de los años. Entonces presurosos y antes de comenzar la partida de domino le pedían que les contase una de sus historias. A veces, en realidad muchas veces, el juego de domino quedaba pospuesto siendo reemplazado por algún cuento que se alargaba debido a la solicitud de los oyentes.
Así fue por mucho tiempo, hasta que de boca en boca fue pasando la voz de que en un antiguo barrio de la ciudad, en un desvencijado bar, había un ingenioso viejo que contaba buenas historias.
 La audiencia de don Pedro fue creciendo. Ya no solo los viejos querían oírlo, poco a poco comenzaron a llegar jóvenes buscando las fantásticas historias de aquel. A muchos los movía el tedio del exceso de pirotecnia del cine y la tv, buscaban la imaginación perdida en la modernidad.
 Entonces los dueños del bar le montaron un improvisado escenario. Don Pedro de casi ochenta años por fin pisaba un escenario sin tener que limpiarlo o trasladar trastos para otros. Pero eso no le entusiasmo demasiado, probablemente porque en algunos de sus propios mundos ya había sido un gran artista.
Él siguió invariablemente su ritual de los viernes, parecía ajeno al alboroto que generaba. El resto de la semana lo usaba en recorrer esos otros mundos donde había alguna planta extraordinaria por regar,otra fiera por domar, o tesoros por desenterrar en tierras lejanas habitadas por hombres de tres metros de altura, mansos y de sonrisas tiernas .Sabia que en alguno de esos mundos lo aguardaba  una hermosa mujer.
De domingo a jueves buscaba nuevas ventanas que abrir, ya fuese para escapar, para entrar o para descubrir otros nuevos y maravillosos mundos.

Aidana
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Comentarios

  1. Cuantos viejos Pedro hemos conocido en nuestra vida? Mientras leia el cuento me recordaba de un viejo anarquista español ( que se decía había sobrevivido a la guerra civil ) con sus bigotes amarillos por la nicotina de su infaltable cigarrillo Liberty nos contaba historias de su tierra.....gracias por llevarme a esa linda época

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  2. Gracias por leer mis artesanias literarias y por permitir que mi historia entre a tu memoria evocando recuerdos propios de gentes buenas. Tal vez pronto encuentres en otras futuras lineas al viejo anarquista fumando sus liberty ,contandonos algun pendiente...

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