DEMASIADO TARDE


El sudor corría por su rostro pálido, al mirar sus manos ensangrentadas no daba crédito a lo que acababa de ocurrir. Su corazón acelerado, los ojos desorbitados y ese silencio final; todo le pareció eterno e inverosímil. Estaba allí, sentada en el suelo, la espalda apoyada en la cama. Allí en su propia pieza. Por algunos minutos que quizá fueron horas cayó en una especie de trance, podía oír el galope furioso de su corazón, la mente confusa, las manos temblorosas, seguía sudando. De pronto como si le llamase desde el suelo, a unos cuantos metros vio a su marido. Un charco espeso de sangre enmarcaba su cuerpo quieto. Al observarlo le pareció que aquel no era el hombre de momentos antes, la serenidad de la muerte le había quitado ese aspecto terrible de hombre golpeador. Suspiro reencontrándose con una imagen olvidada, la imagen de quien hacía varios años la había enamorado. La muerte lo volvía bueno.
 Lentamente y con dificultad se incorporó, la lucha había sido literalmente a muerte, los moretones daban cuenta de los golpes recibidos una vez más. Para no tropezar con el  que yacía  en el piso tuvo que levantar los pies pasando por sobre él .Esta maniobra fue doblemente difícil, de una golpiza anterior había quedado con su pié izquierdo lesionado  lo que se sumaba a nuevos daños sufridos en este último y final asalto.
Al llegar al baño se miró al espejo, ya no sudaba, estaba desgreñada, le faltaban algunos mechones de pelo, su vestido salpicado de sangre había perdido algunos botones y partes de una manga, sus labios aun sangraban, sentía mucho dolor en la boca, al parecer tenía un diente a punto de caer, sus brazos parecían una extraña pintura posmodernista dibujados de cortes y manchas entre violeta y azul rojizas.
Otra vez suspiró, ahora algo  más tranquila.  Con dificultad, con manos torpes tomo un peine e intento ordenar la maraña de pelos pegoteados. Se lavó la cara, las manos, los brazos. Cojeo hasta el ropero, buscó otro vestido y se cambió, luego hurgo en una caja de recuerdos, saco de allí sus cosméticos, los que había dejado de usar hacía años para no molestar a su marido y se maquilló. Primero tomó un delineador y trazó en sus amoratados párpados inflamados unas líneas irregulares ,luego untó el cepillo del rímel, lo deslizó con cuidado sobre las pestañas, después con movimientos lentos puso rubor en sus mejillas ,por ultimo tomó un lápiz labial y pintó de rojo sus labios que aún sangraban.
Su rostro amorfo por las sucesivas pateaduras  parecía una triste máscara pintarrajeada. Satisfecha se miró al espejo, más que el maquillaje, su satisfacción se debía al acto de maquillarse, de desafiar al que se hallaba tirado en el piso. Luego se sentó en la cama, le dolía todo el cuerpo. No se permitió lágrimas, ya había llorado demasiado en los últimos años. Con extraña serenidad trató de recordar la última vez que se había sentido feliz, no pudo. Casi once años de maltratos habían borrado de su memoria los escasos momentos de felicidad. Después intentó ordenar en su cabeza las últimas horas vividas, sabía que tendría que explicar lo sucedido.
Esa mañana su marido salió enojado de la casa, le había reclamado que su camisa estaba mal planchada.

- ¡¡Qué clase de inútil de mierda eres, No sirves ni para planchar una camisa!!

Estuvo a punto de abofetearla, para su suerte en ese momento entró en la pieza su hijo de once años. Este niño era su razón de ser, además de ser la razón por la que se había visto obligada por su familia a casarse con el hombre que se encargó de recordarle casi a diario que sólo por ese hijo estaban juntos.

Después de incidente de la camisa  desayunaron los tres, ella fingió su eterna feliz normalidad frente al niño. Luego y como cada mañana padre e hijo salieron juntos de la casa conversando animadamente. Quienes conocían o creían conocer a esta familia comentaban lo buen padre y esposo que  (hipócritamente) mostraba ser. Al menos al niño lo quería, nunca lo trató mal. Para ella eso fue un consuelo, una especie de justificación a su permanencia al lado de aquel hombre brutal.
Cuando quedó sola sé dio cuenta de que su marido había olvidado una carpeta del trabajo. Esto la inquietó. Un escalofríos recorrió su espalda, un mal presentimiento que intento ahogar ocupando su mente en los quehaceres de la casa.  Casi como profecía auto cumplida horas más tarde regresaría refunfuñando por su olvido del que la responsabilizo. Nada malo podía pasar sin que él la hiciera culpable por absurdo que eso fuese.
 Portazos, groserías, acosos, descalificaciones, zamarreos, finalmente golpes. Ella permaneció en la cocina en silencio intentando ser invisible, ya conocía el ritual. Intentó zafarse de la cotidiana pesadilla, quiso huir a la calle bajo el pretexto de una compra para el almuerzo, pero él le cerró el paso asestándole un fuerte golpe en el rostro rompiéndole el labio. Volvió a la cocina quedando arrinconada, él volvió a arremeter, entonces cayó al piso mientras le rogaba parar. Cegado por una rabia inexplicable tomo el cuchillo de cocina que se hallaba sobre la mesa y con inusitada violencia arremetió nuevamente en contra de su víctima habitual. Ella como pudo esquivo una y otra vez los embates del filoso ataque. Entre tirones se soltó de las garras del agresor intentando refugiarse en su pieza mientras gritaba desesperadamente pidiendo por primera vez la ayuda que no llegó.
Todo estaba ocurriendo muy de prisa. En un momento estaba tendida en la cama bajo su esposo quien colocaba amenazante el cuchillo en su cuello gritando que ya estaba cansado de ella, luego sin saber cómo, su frágil cuerpo encontró fuerzas desconocidas, quizá fue el instinto de sobrevivencia el que la llevo a estar sobre aquel hundiendo muchas y desesperadas veces el metal en el cuerpo de quien estaba demasiado acostumbrado a su mansedumbre y discreto sufrimiento. La adrenalina no la dejaba sentir dolor, tampoco darse cuenta que el otro ya había dejado de luchar. Hasta que jadeante y sudorosa se arrastró hacia la cama, apoyo la espalda contra ella, lanzo el cuchillo al piso y quedó en silencio...

Allí sentada en la cama luego de repasar la espantosa y reciente pesadilla sus ojos se llenaron de lágrimas que no llegaron a ser. Recordó a su hijo como lejano, no lo sintió propio, se compadeció de él. Estaba muy cansada para ir a buscarlo a la escuela, tomó el teléfono llamó a su hermana se excusó inventando un dolor de cabeza por lo que le pidió que recogiera al niño y se lo llevara a su casa. Su hermana que conocía sus repentinos “dolores de cabeza” no hizo más preguntas.
Estaba cansada, muy cansada, once años cansada...
Reunió fuerzas  y llamo nuevamente  por teléfono. Con el último hilo de voz que le quedaba respondió a quien inquiría del otro lado de la línea el motivo de su llamada.

- Llamo para informar que hoy por primera vez me defendí, aunque fue demasiado tarde yo me defendí... Fue demasiado tarde.
Después dijo que su marido estaba muerto, dio su dirección, su nombre  y cortó.
Quienes entraron a esa casa horas más tarde contaban que ella se veía tranquila, acostada en su cama descansando al fin.

Aidana-Soledades
letras Revueltas.


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