CÍRCULOS INTERMINABLES


La tierra húmeda bajo sus pies descalzos no era novedad, desde pequeño le gustó andar sin zapatos. Su madre solía  perseguirlo para asegurarse de que no se los quitase. 
Tenía la extraña costumbre de salir de la casa con ellos puestos, sin embargo unos metros antes de llegar a la escuela se los sacaba. Sentir la tierra bajo sus pies no tenía ninguna otra razón que el simple placer, el que su madre enojada confundía con rebeldía, desobediencia e irreverencia.  El muchacho intentaba evitar quedar al descubierto quitándose también los calcetines para no ensuciarlos, además la gracia de andar sin zapatos era sentir con la piel, con los dedos, con los talones y los calcetines impedían ese contacto tan agradable con la tierra. Así a veces llegó a perderlos, eso significaba que su madre se enterase de que igual le desobedecía, pese a su constante vigilancia.
Ahora el recuerdo de esa lejana infancia le ayudaba a mantener la cordura.
Los pies descalzos, la venda en los ojos, el cuerpo desnudo. Así caminaba junto a una decena de personas a quienes a pesar de no ver, adivinaba en su misma situación. No tenía noción del tiempo, del espacio, ni  de quienes eran sus captores, peor aún ni siquiera sabía el motivo de su actual condición.  Resumía mentalmente los  momentos previos al secuestro, intentaba hallar la razón por la cual se encontraba viviendo aquella horrible pesadilla.
El día que todo esto comenzó salió temprano de su casa. Antes de irse, como todas las mañanas se despidió de su madre apurado, besándola en la frente, ella como lo hacía habitualmente respondió al beso  diciendo:
 - Te amo hijo, que te vaya bien, cuídate mucho.
Camino a largos trancos las cuatro cuadras que separaban su casa del paradero de buses. Iba distraído pensando en su novia, la bella y tierna mujer que pronto seria su esposa. Era día de pago y quería darle una sorpresa. La llamaría para juntarse después del trabajo. La invitaría al cine y luego a comer, esa idea le entusiasmaba.
Casi al llegar a la parada fue interceptado por tres desconocidos, sin hablar lo tomaron por los brazos con fuerza, uno de ellos le propino un potente golpe en la cabeza, sintió la tibieza de la sangre brotando de la herida que chorreaba por su rostro. Completamente aterrorizado grito pidiendo auxilio, se retorció tratando de zafarse de sus captores,  hubo un breve forcejeo, pese a eso lograron sin mucha dificultad subirlo al auto azul que esperaba con el motor en marcha a unos cuantos metros. Tras infructuosos esfuerzos por intentar bajarse del vehículo perdió el conocimiento al recibir una descarga eléctrica en las costillas.
 Al despertar se encontraba desnudo, con los ojos vendados  y una soga que iba desde su cuello a sus manos. Esta incomoda amarra le impedía mover las manos sin apretarse el cuello estrangulándose. Le dolían las costillas, la cabeza, tenía tirante la frente por la sangre seca. Estaba confundido, atemorizado, desconcertado. Intento preguntar al aire:
 - ¿Por qué estoy aquí? – Luego dijo:
- Debe haber un error, ¡yo no he hecho nada!. ¿Me escuchan? ¡Yo no he hecho nada!
Aguzó lo que más pudo el oído esperando una respuesta que no obtuvo. Estaba sentado en el suelo, sus pies tocaban una pared, su espalda la opuesta, estaba dentro de una especie de cajón. En completo silencio  paso un tiempo que no supo calcular, pero le pareció mucho, horas quizá.
La incertidumbre lo mantenía alerta, estaba cansado pero no podía dormir, la posición en la que se encontraba  le acalambraba las piernas, le dolía el trasero, sentía frio, mucho frio. Jamás, ni en sus peores pesadillas imagino estar en tales circunstancias.
Con angustia se acordó de su madre, de lo preocupada que debía estar. A sus pensamientos se sumó la imagen de su novia.- ¿Acaso sabrán que fui secuestrado? Se preguntaba.
Su corazón  latía rápido y fuerte, tanto que parecía que latía en sus oídos, en sus manos, en su estómago. Comenzó a llorar sollozando como niño asustado con esa especie de hipo que les da cuando no logran calmarse. Intentaba mantenerse tranquilo, respiraba hondo, se repetía incansablemente que no había hecho nada, que seguramente se trataría de un error.
Transcurría el tiempo tan misterioso en su paso, como misterioso el lugar en el que estaba. En un momento escucho un ruido, eso sí era novedoso, le parecía que llevaba mucho en aquel completo silencio. El ruido parecía ser de llaves, el sonido metálico parecía acercarse.  Sintió que ese alguien anónimo abría una especie de cerradura sobre su cabeza, instintivamente se quedó muy quieto, trataba de respirar despacio, temblaba. Tras levantarse la tapa del cajón dentro del que estaba sentado, fue tomado del pelo para ponerlo de pie, el dolor lo hizo soltar un fuerte alarido el que fue rápidamente acallado por  un artero golpe en las costillas.  Desesperado por no poder respirar fue arrojado por el borde del cajón  hacia afuera cayendo al suelo, ahí recibió la primera de muchas pateaduras en su permanencia en ese lugar.
Sin recuperarse aún, noto que era llevado por dos personas que lo tomaron de pies y manos  trasladándolo dentro del mismo recinto a una especie de patio. Supuso que se trataba de un patio por la tierra húmeda bajo sus pies. Allí fue obligado a ponerse en pie y  caminar junto a otras personas. Sin ver supo que habían más retenidos como él, lo supo por los susurros de quejidos que oyó.
Caminaban en círculo, un amplio y absurdo círculo. En seguida advirtió que algunos estaban siendo sacados de la caminata sin sentido. Pensó que tal vez se darían cuenta de que él no había hecho nada y lo dejarían irse. Esperaba  el momento en que lo tomaran de un brazo para sacarlo también. Tal como lo había deseado, fue tomado de un brazo, lo llevaron a dentro, a una habitación donde fue sentado en una silla de oficina, al menos eso le pareció, respiro con alivio por primera vez desde su cautiverio.
Lejos de reconocer algún error, allí nuevamente fue golpeado. Luego escucho una voz ronca, como de viejo fumador. Esta voz le hablo gentilmente, lo llamo por su nombre, le dijo su dirección, el nombre de su madre y de su novia, su lugar de trabajo inclusive le dio el nombre de su jefe.
 El hombre de voz gastada sabía toda su vida, eso al principio lo inquieto, pero pasado unos momentos se tranquilizó. Bajo su ingenua lógica, si sabían tanto de él, estarían enterados de que nunca había hecho algo malo. Siempre se había esforzado por ser un buen hijo, intentaba que su madre estuviese orgullosa de él después de todo lo que había pasado para criarlo sola.
A la voz ronca se sumó la voz de una mujer, esta le decía al hombre de voz ronca que el muchacho era la persona perfecta
 – Este cabro nos sirve, el jefe dice que a la gente le va a dar tanta rabia que los “terroristas” hayan matado a un inocente hijo de madre soltera, que solitos van a pedir estado de sitio.  
El de voz ronca luego de un suspiro, que más que tener que ver con sentimientos era causado por  su tabaquismo crónico, rompió el silencio que había mantenido mientras la mujer hablaba mirando  al prisionero dijo
 –El jefe sabrá que hace, yo a este pobre “hueon" lo hubiera largado, pero donde manda capitán…
Dejo la frase inconclusa, se paró para salir de la habitación, al pasar por el lado  del inocente le dio una palmada en el hombro diciendo
- Cagaste no más cabrito.
A los días de su desaparición, el muchacho junto a dos ancianos y una mujer embarazada  fueron muertos  por una explosión. Los medios de comunicación dieron la noticia en extras, en los  distintos canales de televisión pasaron reiteradamente la noticia acompañada de  la historia personal de las victimas del “terrorismo”. Las primeras planas de los diarios mostraron por semanas las fotografías de los inocentes y extensas entrevistas a los familiares de los asesinados pidiendo justicia.
Se nombraron comisiones gubernamentales anti –terroristas. Rápidamente se legislaron leyes de emergencia aumentando los dineros fiscales para a la persecución de quienes habían sembrado el terror público… Aparecieron múltiples conjeturas sobre la célula causante de la atrocidad que causaba alarma en los buenos ciudadanos.” Los “expertos” planteaban innumerables tesis, las municipalidades duplicaron la instalación de cámaras desviando para esos fines sus magros recursos.
 Por meses y hasta años no hubo otro tema para las autoridades. La histeria colectiva se adueñó de la opinión pública. Preocupados hombres de familia, mujeres trabajadoras, abuelitas, niñas y niños, en fin cada cual se imaginaba, dentro  de aquel delirio compartido, que podían ser víctimas de esos monstruos en las sombras cuyo ideal no entendían, pero que eran capaces de poner bombas y matar a buenas personas.
En tanto se aprobaban también leyes que vendían a gigantescas transnacionales donde políticos que diseñaban las mismas leyes tenían importantes inversiones, derechos de agua, trozos de territorio, semillas y cuanto  quisieran obtener. Nadie se oponía, nadie estaba lo suficientemente lucido para oponerse…
La profética conversación entre la mujer y el hombre de voz ronca se hacía realidad, la incauta ciudadanía exigía militares en las calles, justificaba allanamientos y detenciones arbitrarias por sospecha, no fuera a ser cosa que el vecino que escucha música “rara” sea extremista. Miles de llamadas saturaban las líneas de teléfono habilitadas por la autoridad para recibir información anónima sobre terrorismo. Las buenas y manipuladas gentes pedían a gritos el estado de sitio.  
Al tiempo aparecieron los primeros “culpables” ellos  también habían sido cuidadosamente seleccionados. Reunían las supuestas condiciones necesarias para el perfil del que serían acusados. Víctimas inocentes de diversos afanes económicos conspirados, habían sido cuidadosamente estudiadas. Ellos, los “malos” también habían sido abordados en la calle, también habían viajado en el auto azul. Los “malos” habían caminado descalzos junto al muchacho, los ancianos y la mujer embarazada en aquel círculo interminable del patio de tierra húmeda de aquel recinto desconocido.

Aidana -  Letras revueltas


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