ESCOLTADA... LLEGASTE AL MUNDO


En Chile, el día once de noviembre de mil novecientos setenta y cuatro, entre controles militares, represión, oscuridad y muerte, una muchacha de diecinueve años estaba a punto de parir. Su cría llegaba a un país dolorido, lastimado profundamente por las garras de la muerte, la tortura y la desaparición. Un país en cuyo regazo se instalaría por casi dos décadas la tiranía del títere de las águilas negras del norte.
  El padre perseguido y temeroso se aventuró a la calle dando tal vez una de sus primeras luchas contra la dictadura brutal. Debió enfrentarse a sus propios fantasmas, a sus temores, al saberse fugitivo.
Para él y la madre esta vida era esperanza, era un grito de rebeldía, un grito de vida en medio de tanta muerte.  Salieron de la casa en medio del toque de queda. La joven parturienta intentaba no quejarse, pálida  aguantaba cada arremetida dolorosa de las ya demasiado seguidas contracciones.  La futura abuela, madre del joven padre  los acompaño en la temeraria travesía al hospital. La vida no entendía de restricciones, toques de queda, represiones. Naturalmente se abría paso indiferente a la barbarie y reclamaba el espacio para este nuevo ser. Ellos, los tres ocupantes del viejo vehículo en el que viajaban cuidarían con uñas y dientes su llegada.
Al cruzar una esquina, a no mucha distancia de su casa, fueron interceptados por una patrulla militar, verdugos institucionales de gatillo fácil para los cuales la vida ajena no parecía tener una significación demasiado especial, menos aún por aquella época donde el pueblo era el “enemigo” y el padre, un joven, casi niño, era buscado como muchos otros “peligrosos rojos enemigos”.
Luego de ser  examinados cuidadosamente por el oficial a cargo de la patrulla, un hombre joven de rostro pintado para el combate, su versión “Chilencis” de las películas de guerra que habían inspirado su “vocación militar”, le pregunto a la muchacha si le dolía mucho, ella pálida y aguantando sus ganas de escupirle a la cara, solo movió la cabeza en señal de afirmación. El militar miro a sus hombres diciendo entre risas - Hay que dejarlos pasar para que nazca otro Chileno libre de la lacra marxista-  Luego teatralmente,  lanzo un escupitajo al suelo para dar énfasis a su desprecio por los “enemigos de la patria”. Mientras el hombre de uniforme se lucia frente a sus subalternos, la labor de parto seguía su curso.  Al darse cuenta el militar dio la orden de escoltar el antiguo vehículo en que madre, padre y abuela se trasladaban.
Bajaron por avenida Las Condes, escoltados por la patrulla de militares con sus fusiles amenazantes, pobres idiotas no podían adivinar que escoltaban a una familia comunista.
Al llegar al hospital de la fuerza aérea, la patrulla dio la orden al joven padre de ingresar al recinto, el pánico se apodero de ellos. El muchacho comenzó a temblar, su rostro había sido buscado por fotos, sabía el tremendo peligro en el que se encontraban, su miedo estuvo a punto de delatarlos. Su madre, mujer ya mayor, contuvo los nervios de su hijo, en adelante fue ella quien se entendió con los militares.
Al bajar del vehículo la adolorida muchacha se dejó llevar sin resistencia, mirando a su suegra quien con gestos disimulados le decía que les siguiera la corriente. En cuanto pudo se acercó a su oído para decirle que intentaría sacarla de allí, luego la perdió de vista por un momento cuando fue subida a una camilla e ingreso a un área restringida.  Asustada, la joven muchacha adolorida y enrabiada se prometió que su hijo no nacería en un hospital de milicos. Además del desprecio que  sentía por los militares a quien asumía como traidores y asesinos tras el sangriento derrocamiento del gobierno de Allende, le aterraba la idea  de ser descubierta  en su militancia comunista, o reconocido su compañero. Temía que los milicos pudieran hacerle algo a su guagüita.
Mientras ella intentaba aguantar las contracciones susurraba despacito  diciendo –No vayas a nacer aquí, es peligroso, por favor no vayas a nacer aquí en  medio de asesinos-  
Paso un momento y entró un médico, la saludo con una gran sonrisa - A ver, a ver, déjame ver si este hijo de Chile libre nacerá pronto-- Ella en silencio reprimía  sus deseos de arrancarle los ojos al burlesco doctor, también militar. Sus compañeros, sus amigos, sus vecinos  del campamento, molestaban con su presencia a la gente adinerada   de la comuna, la orden desde el día del golpe fue clara, sacar a como diera lugar a la chusma de sus exclusivos barrios. Los militares solícitos cumplían con los caprichos de los nuevos dueños de Chile, civiles derechistas escondidos tras los uniformes verde oliva. Así perdieron la vida muchas y muchos, otros fueron sacados a la fuerza de sus humildes casuchas y lanzados como desperdicios a lugares menos visibles para no arruinar la hermosa vista de la comuna de gente linda.
La familia de su marido no fue sacada, se salvaron solo porque el padre de su compañero era un excelente constructor al cual no vieron como una amenaza. Su casa era de material sólido, por lo tanto no les pareció lo suficientemente fea para expulsarlos. Afortunadamente  para ellos, tampoco vincularon a sus dos hijos comunistas con él.
La madre del joven padre recorrió varios pasillos hasta lograr colarse hasta donde estaba  su nuera. Se tranquilizó al verla. Estuvieron en silencio tomadas de las manos mientras volvía el medico que la había examinado. Cuando entro en la habitación frunció el ceño al ver a la mujer mayor aferrada a las manos de la  embarazada - Ay señora, si no es para tanto, va a tener una guagua no más- dijo el militar con bata blanca en tono burlón y prepotente. Luego tomo unos papeles y se los dio  a la joven, diciendo que la derivaría al Hospital El salvador. Aun podía llegar a ese hospital civil.
Nuevamente fue escoltada su marcha, esta vez  ella viajo en una ambulancia, delante del vehículo una patrulla militar, detrás el auto en el que se trasladaban su marido y su suegra, tras ellos cerraba la caravana otra patrulla militar. La aparatosa escolta seguía  las órdenes del oficial que les había acompañado antes.
Cuando llegaron al hospital Civil, el personal del recinto se apresuró a recibir a quien pensaron seria familiar de algún militar o alguien importante debido a la escolta y la ambulancia de traslado. La Suegra hablo con el oficial en nombre de la familia y agradeció las molestias que se había tomado por ayudar a su nuera. El hombre se limitó a decir –Que agradece señora, es nuestro deber velar por la vida de las personas decentes, sobre todo ahora que estamos en guerra contra los comunistas- Luego haciendo un saludo militar dio media vuelta y se fue junto a sus hombres pintados para la guerra inventada  que emprendían contra enemigos imaginarios pero que estaba costando tantas y valiosas vidas reales.
Habiendo pasado toda la noche en la extraordinaria  aventura vivida, siendo casi las diez de la mañana, madre e hijo esperaban  solos en una fría sala de espera. Se miraban incrédulos de todo lo que habían vivido en las últimas horas, estaban felices de que el nuevo integrante de la familia nacería en el Hospital Civil. Estaban sentados, cansados, pero sin sueño producto de la adrenalina que corría por sus cuerpos. Se daban cuenta de que habían estado una vez más a pasos de la muerte.
 Un par de  pasillos más allá, se hallaba la valiente muchacha sudando, tomado aire y  pujando con las fuerzas de la vida. Siendo las diez veinte de la mañana, del día doce de noviembre de 1974, en los inicios de la noche más larga de Chile, llego  al mundo la pequeña  Aidana, hija de jóvenes comunistas, nieta de abuelo  también comunista y abuela católica sin militancia.

Paradójicamente, o en justicia con la vida  la pequeña semillita insurrecta había llegado al mundo  con la ayuda de quienes la odiaron antes de nacer.


Aidana- Cuentos Pendientes

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