EL CAMINO DE CAMILO

       Caminaban cansados pero sin quejarse, las piedras del sendero y el calzado inadecuado comenzaba a pasarles la cuenta. El irregular grupo compuesto por algunos jóvenes mal nutridos, viejos dando trancos parsimoniosos, tres o cuatros mujeres silenciosas y los experimentados combatientes, se dirigían al campamento de resistencia ubicado pasado  el cerro que iban rodeando. Los tres encargados del  reclutamiento eran los únicos armados, los fusiles prestos a la defensa en caso de ser descubiertos en su marcha. 
El calor imposible de aplacar no lograba derrotar la voluntad de la columna guerrillera, para los nuevos reclutas esta sería la primera batalla ganada. Resulta increíble lo que puede  hacer un ser humano consiente de su realidad cuando siente que no tiene nada más que perder y mucho por ganar, se viste de un coraje imposible en otras circunstancias.
Cerca del anochecer el comandante del grupo, Miguel, un hombre moreno de trato amable, notoriamente campesino en su hablar dio la orden de descanso. Bajo un frondoso madroño se acomodaron los novatos, los encargados del llevar sanos y salvos a los nuevos milicianos quedaron haciendo guardia, los otros en completo silencio agradecían poder sentarse un instante. Uno de los muchachos se quitó los viejos zapatos un par de números más grandes que su pie, una ampolla en la planta le provocaba evidente dolor, al verla se apresuró en colocarse nuevamente el zapato, no quería que  nada le impidiera llegar al campamento para recibir el entrenamiento  necesario que lo hiciera pasar de ser un pobre hijo de campesino, a ser un guerrillero, ser alguien que no esperaría que la historio le pasara por arriba como suele sucederle a los pobres. Camilo, así se llamaba este impetuoso muchacho, desde pequeño había oído las quejas de sus padres por la mala fortuna de haber nacido pobres, escuchaba de las desgracias que traía pensar o dar su opinión contra la injusticia de trabajar toda una vida para hacer engordar los bolsillos de los ricos mientras los trabajadores esperaban la muerte como premio, para poder alguna vez descansar. El inquieto niño siempre estaba pendiente de cualquier novedad, sabía que había otros adultos igual de pobres que sus padres que habían tomado la decisión de enfrentarse al opresor.
Un día descubrió sin querer y en un descuido que pudo haberle costado caro,   al cura del pueblo  prestando los primeros auxilios a un hombre herido a bala. Ese hombre era Miguel, quien tiempo después lo entrenaría en la guerrilla. Camilo nunca dijo nada a nadie sobre el hombre herido que escondía el cura, al contrario, después de la escuela, se pasaba a la casa del cura para ver al herido. Explicaba a su madre tales visitas  con la excusa de ayudar en arreglos a la iglesia. La madre de Camilo soñaba con que su hijo pudiera convertirse en cura, le decía a su marido que así nunca pasaría hambre y no tendría que trabajar.
 Miguel poco a poco fue recobrando las fuerzas. Cuando recupero el sentido, luego de haber estado casi una semana entre delirios febriles, aun débil y tembloroso vio a su lado a un niño de cerca de diez años que lo miraba fijamente. Miguel le hablo – ¿Dónde estoy?
Camilo no supo que decir, solo se paró de un brinco y salió corriendo en busca del cura quien a esa hora se preparaba para ir a visitar a un hombre agónico producto del paso de los esbirros del dictador por su campo. ¡¡Despertó cura, despertó!! - Dijo casi dando gritos, el cura se apresuró a callarlo - Muchacho, recuerda que nadie se puede enterar de que ese hombre está aquí. Si se llega a saber, él y nosotros estaríamos en graves problemas. Yo ahora voy a salir, te lo encargo, debes decirle que se mantenga en la cama y callado.
El muchachito volvió a la bodega que hacía de improvisado dormitorio para el guerrillero herido. Miguel lo vio entrar sin poder moverse producto de sus heridas, el niño lo saludo  con respeto, no sabía quién era aquel hombre, sin embargo intuía por el tono de misterio del cura de que se trataba de alguien importante. Tarde tras tarde Camilo visito al guerrillero, Miguel comenzó a sentir simpatía por ese niño quien le hacía preguntas sobre sus heridas. El hombre le hablo de la dictadura, le conto una historia de hombres, mujeres y niños quienes empujados por lo insoportable de la injusticia, el terror, la tortura, el hambre, comenzaron a organizarse. Al principio  fueron dando batalla desde las barricadas a lo que el dictador respondió con fuegos  militares.  Camilo con infantil imaginación seguía cada historia con mucha atención, con ojos y oídos muy abiertos, admiraba a esas personas valientes que luchaban por él y su familia sin siquiera conocerlos.
Una de las tardes  en que volvía de la escuela, al pasar a ver a su nuevo amigo oculto en aquella  bodega, descubrió la cama vacía, preocupado fue a avisarle al cura que el enfermo no estaba, cuando entro a la iglesia vio al religioso desnudo, bañado en su propia sangre. Los militares habían llegado al pueblo de esta forma solían marcar su presencia.  Corrió a su casa espantado y preocupado por la suerte que habría sufrido su amigo, al llegar la encontró revuelta, oyó gritos en la parte trasera, su madre lloraba sobre el pecho de su padre quien había sufrido la misma suerte del cura. Tiempo después Camilo  seguiría a Miguel, por él  se enteraría que el cura entrego su vida para proteger su huida, se enteraría también que la actitud pusilánime de su padre no eraa otra cosa que la fachada que escondía su ayuda en víveres, maíz y harina a la guerrilla.
Ese día Camilo decidió que el único camino posible para él seria la guerrilla, la furia asesina del dictador le entregaba fuertes argumentos a este  niño quien años más tardes entraría junto a una veintena de combatientes, a la casa de gobierno reclamándola para el pueblo, los pobres y los muertos, sus propios muertos.



Aidana - Cuentos Pendientes

Comentarios

Entradas más populares de este blog

EL BILLETE

MINI-CUENTO

VER Y VERSE