TODO PUEDE SER MEJOR
Era uno de esos días en que se sentía en guerra con el mundo. Salió de casa
temprano, dejo a su pequeño hijo en el jardín infantil, distante un par de
cuadras de la casa donde vivía. Se despidió dándole un beso en la mejilla, lo
miro alejarse hasta perderse al interior del pasillo de la mano una “tía”.
Se dirigió a la
parada de colectivos con esa sensación de culpa que la invadía al dejar a su
pequeño con otras personas. Dando un suspiro intento cambiar de pensamientos,
su estómago revuelto al igual que sus ideas presagiaban un día de mierda. Como
suele suceder en los malos días, todo se iba conjugando para hacerlo cada vez
peor. Nerviosa por la larga espera maldecía
en la parada, cuando al fin llego un colectivo una mujer vieja le pidió que dejase subir a una embarazada. No respondió, estúpidamente se trabó en
decidir entre llegar atrasada al trabajo
por ser amable, o subir al colectivo para no llegar tarde importándole un
comino la embarazada, a fin de cuentas ¿Qué culpa tenia ella de que la otra
estuviese preñá? El debate mental no duro mucho. La vieja tomo a la embarazada por un brazo
empujándola para hacerla subir. El vehículo partió mientras se sentía idiota y
culpable. Idiota por no haber defendido su derecho a la indiferencia y culpable
por pretender defender la indiferencia como un derecho. Volvió a suspirar, interiormente
se cuestionaba severamente ¿Cómo puedo dejar que una estupidez me haga
dudar de mis principios? Se sintió frustrada y torpe.
Miro la hora, ya estaba atrasada, otra vez el jefe de ese
local donde era enviada como promotora le llamaría la atención. Que hombre tan
desagradable. Estaba nerviosa, el solo pensar en llegar a su trabajo le volvía
a revolver el estómago. Recordaba los días anteriores, la desagradable
experiencia del acoso, de estar tras ese mesón y sentir que cada vez que ese
asqueroso hombre pasaba tras de ella, apoyaba el bulto de su entre pierna contra
su trasero enfundado en la ajustada falda roja, que la marca a la que
representaba le obligaba usar como parte de su uniforme. Odiaba esa ropa, ella
jamás se hubiese vestido así por opción personal. Pero la necesidad tiene cara
de hereje. Miro la hora nuevamente, ya
estaba muy atrasada. Cuando pensaba en devolverse a casa, vio que llegaba otro
colectivo. Esta vez se subió rápidamente. Durante el trayecto sus pensamientos
rodaron entre la culpa por dejar a su
hijo en el jardín y no cuidarlo ella, el trabajo que odiaba, la pena por estar
obligada a hacer solo cosas que no la hacían feliz para sobrevivir. Llego a su
destino con más de media hora de retraso, el jefe del local le llamo la
atención frente a los clientes que a esa hora esperaban ser atendidos. Comenzó
a atender como una empleada más a pesar de ser promotora. El ritual del acoso
no tardo en iniciar, sin embargo esta vez no lo dejo pasar, se volteo instintivamente y ¡PAF! le dio un fuerte puñetazo al agresor
sexual. Ante el asombro del hombre, de los demás trabajadores y clientes, tomo
su cartera y salió del local. Se sintió libre, sabía que su rebelión la dejaría cesante, pese
a ello en ese momento lo más importante era romper la inercia que la mantenía sufriendo la única
oportunidad de vida que tendría en el mundo. Al alejarse miro su mano, estaba
roja por el golpe, sonrió recordando la
cara del infeliz.
Decidió que iría a buscar a su hijo al jardín, lo llevaría a
tomar un helado y pasarían el día juntos. Se sintió feliz, no pensó en su
inminente cesantía, solo recordó la
frase que alguna vez oyó a su abuela decir “De esta vida no hay otra”. Es verdad pensó, esta es la única vida que
tengo y por supuesto que puede ser mejor.
Aidana - Mujeres
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