SOBREVIVIENTE




Al salir de clases lo vio nuevamente, estaba parado en la esquina igual que el día anterior, igual que la semana anterior. Con curiosidad y decisión avanzo hacia él  para preguntarle porque la estaba siguiendo. Cuando se aproximaba, el hombre cerró el diario que simulaba leer y camino de prisa alejándose. Ella siguió sus pasos con la mirada, luego le hizo un gesto a un compañero de curso para que se acercara.
 El muchacho  quien estaba al tanto de la reciente aparición del misterioso “escolta” se ofreció a acompañarla a tomar el bus. Caminaron las dos cuadras que separaban el liceo del paradero, vigilantes ,pero sin miedo, así como son los adolescentes.
 La vida por esos años tenía un gusto extraño. Él país estaba en una especie de trance, el embobamiento esperanzado de avanzar hacia una forma desconocida de democracia nublaba la vista de muchos. Había otros, más desconfiados, que no veían con buenos ojos los amarres y acuerdos que se estaban tramando entre gallos y medianoche. también estaban quienes pensaban que la única forma de tener un país mejor era comenzando desde cero, terminando de esa forma con cualquier intento de mantener la institucionalidad impuesta a sangre y fuego por la dictadura. (en supuesta retirada)
La ansiada justicia por los más brutales crímenes cometidos, lejos de acercarse, era cada vez más ambigua, con señales que daban más certezas a los criminales que a las víctimas y sus  familiares. 
Aun no se sabía que la alegría en realidad no llegaría o más bien llegaría, pero solo para quienes pudieran pagar por ella.

 La liceana y su compañero, al llegar a la parada, se despidieron con la que se había convertido desde hacia muchos años en la forma de despedida que demostraba las incertidumbres del día a día
 – Chao, Cuídate.
La Muchacha,  desde el bus  que debía tomar para viajar todos los días cerca de una hora para ir al liceo desde su casa a las afueras de Santiago, vio alejarse a su compañero. Un poco más allá, parado a las afueras del terminal, divisó a su “escolta” ...
 Al llegar a su casa, y para no inquietar a su madre, no le contó nada del hombre que seguía sus pasos. En realidad   no media el peligro. 
Así pasaron varios días que se transformaron en semanas y luego en meses. Un par de veces ella camino aún más de prisa, casi corriendo ,su escolta invitado de piedra, apuraba el paso tanto como ella, entonces  la muchacha  con travesura infantil paraba en seco haciendo con su maniobra que el torpe persecutor anónimo pasara de largo quedando delante de ella.  
Sus compañeros, los otros, los que no eran solo compañeros de liceo, con quienes compartía actividades, sueños y luchas por un futuro mejor. Alertados por la situación, se preocuparon. No era la única que caminaba con “sombra”. 
Protegiéndose entre la multitud a la salida de clases, sacaban por otros lado a los afectados por el seguimiento. Cada día se hacía más difícil cambiar el rumbo, el lugar no ofrecía muchas alternativas. 
El inminente ocaso de la dictadura no daba garantías de seguridad el monstruo aun tenia hambre y sed de vidas. 


Años, muchos años después la ex liceana tomo conciencia de que había sobrevivido a una dictadura. 

Aidana- Letras Revueltas

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