AMANDA



Cuando supo que estaba embarazada se sintió paralizada -Yo no quiero tener hijos - Fueron los primeros pensamientos que acudieron a su mente. Mientras el medico hablaba, seguramente de cosas importantes, Amanda había dejado de escuchar desde que oyó que estaba embarazada. 
Aun aturdida con la noticia que a esas alturas no era ni buena, ni mala, solo era una tremenda noticia, salió de la consulta tan sola como había llegado, o más bien sin alguien fuera de ella y la criatura en su vientre. 
La consulta médica estaba relativamente cerca de la casa donde vivía de allegada, sin embargo decidió caminar aún más. No quería llegar a esa casa, en realidad no quería llegar a ningún lugar. Caminaba en una especie de trance, impactada, no lograba digerir la noticia, no encontraba como ordenar algo así en su miserable vida. Sin noción del tiempo camino mucho, sin ninguna expresión en su rostro, caminaba sin prisa, como en cámara lenta, hasta que un escalofrío recorrió su espalda, esta sensación repentina desencadeno las demás reacciones. Primero un sollozo tímido, luego el miedo más grande que jamás hubiera experimentado, después millones de pensamientos entremezclados. 
Pensó en que seguramente quedaría sola en esto que se planteó al principio como un problema y que rápidamente corrigió en su mente sintiéndose culpable. Seguía sollozando, se sentía pequeñísima en un mundo gigante, ¿porque yo? si soy un desastre, ¿cómo la vida me da un hijo si ni siquiera sé hacerme cargo de mi misma? Estas, más cientos de nuevas preguntas se atropellaban en su mente.
Detuvo sus pasos y decidió volver a casa. Aquella donde vivía con unos tíos, hermanos de su padre muerto tiempo antes. Amanda, la futura madre aun no terminaba la enseñanza media, tenía dieciséis años y un montón de sueños rotos. Desde la ruptura familiar producto de la muerte del padre y la depresión de la madre, para ella la vida se había vuelto un castigo. Por necesidad vital debieron vivir en diferentes lugares. Al principio cercanos a la familia de su madre los recibieron. Al tiempo el "generoso" dueño de casa, en las noches cuando todos dormían se entretenía intentando manosear a Amanda, ella aprendió a conocer las fiebres nocturnas del asqueroso anfitrión. Para evadir las arremetidas lujuriosas se cambiaba de cama, se escondía o se quedaba en el patio, a oscuras en silencio, asustada. Así pasaban las noches sus noches cuando apenas tenía catorce años y la amenaza de quedar sin techo y comida si osaba acusar a su "cariñoso" protector de quien su madre se sentía extremadamente agradecida por su ayuda "desinteresada". Amanda se sentía a la deriva, pérdida, sola, en ese tiempo ya había aprendido a odiar la vida.
Cansada de escapar un dia decidió irse de ese lugar, dejando atrás a su madre y hermanos. Sentía que estaba pagando un costo demasiado alto por estar allí, seguramente habría terminado siendo violada por aquel personaje que trajo pesadillas a sus noches el resto de su vida. 
Cuando llego a la casa de sus tíos paternos, buscaba solo un lugar donde dormir, no pretendía quedarse allí en el día, tampoco buscaba que alguien cuidara de ella, solo quería tener un lugar seguro para dormir sin ser acechada. Así comenzó esta niña regalona del padre a ser la niña terrible de donde estuviese. Sentía rabia, a veces planificaba formas de terminar con su vida, tenía miedo de vivir, sentía asco de la gente. En esta etapa de autodestrucción decidió no amar a nadie. Tuvo varios pololos, se aburría de ellos con facilidad, nunca fue infiel le parecía sucio. Ella simplemente creía que el amor era una soberana estupidez. 
Centrada en sí misma y sus dolores no escatimaba ,ni ahorraba amargura hacia los demás, por buen intencionados que fuesen. Solamente su hermano un par de años mayor que ella entraba a su espacio de confianza, para ella, él era distinto, con el se sentía en familia.
La vida de Amanda transcurría entre las muchas rabias acumuladas contra su padre por haber muerto, contra su madre por ser débil, contra aquel familiar que la perseguía en las noches, contra haber quedado en la ruina, contra sí misma por ser tan ella. La pequeña muchacha se sentía sola, buscaba compañía en cada pololo que tuvo y desecho casi al día siguiente. En esta atormentada forma de vivir, sabía que no quería traer al mundo hijos de nadie. 
Se cuidaba, tomaba sagradamente sus pastillas anticonceptivas, las que gracias a un amiga cuya mamá era matrona conseguía sin tener que pasar por cuestionarios moralistas.
Pero pese a sus cuidados estaba embarazada, ella la que planificaba su muerte y nunca pensó en el futuro. No podía ser cierto, era como una broma absurda y cruel sobre todo para el pequeño ser que crecía dentro.
El cómplice de Amanda en la creación de esta vida era un muchacho enamoradizo, un chiquillo de dieciocho años que no tenía nada claro en su vida. Hijo de padres con un buen pasar económico sabía que sin el más mínimo esfuerzo su futuro estaría resuelto. 
Cuando Amanda lo llamo para hablar de "algo importante" él le respondió que si ese "algo" era una guagua, no se hiciera ninguna ilusión .Él se iría a estudiar afuera y no estaba dispuesto a retrasar los planes de estudios que sus padres habían hecho por un "cabro chico" que probablemente ni siquiera era suyo.
Amanda solo le respondió que no se preocupara, porque ella se haría cargo, lo dijo tranquila, sintiéndolo de verdad, en realidad no esperaba nada de él, ni siquiera lo amaba, no se decepciono, no daba para eso.
Después de cotejar varias opciones decidió que su hijo nacería contra viento y marea. 
No tenía claro lo que sentía, sabia eso sí, que su hijo tenía derecho a nacer. Nunca se planteó la idea de abortarlo, no estaba contra el aborto, en esos momentos estaba en contra de abortar a este niño.
Pasaron algunos días y el "padre" de su hijo la llamo para conversar. Amanda accedió, se juntaron en un barrio desconocido para ella. Él comenzó ofreciéndole disculpas por haberse comportado como una bestia y haberle dicho que tendría que afrontar esto sola, luego le planteo derechamente que había que deshacerse del "bulto" porque solo traería problemas. Le prometió que no se iría a estudiar fuera, que seguirían pololeando y en el futuro, si seguían juntos podían tener otros hijos, pero este no, no a esta edad, no con todo el futuro por delante. Ella lo miraba sin decir nada hasta que él concluyo diciendo que debían entrar a la casa que estaba frente a ellos porque estaba todo listo para terminar con el "problema". Ella en silencio miro la casa , lo miro a él nuevamente y como si hubiera estado acumulado fuerzas le dio una bofetada y se fue. Nunca más supo de él. Extrañamente no guardó rencor en su contra.
Amanda, la niña terrible, la adolescente envejecida, ya lo había decidido, su hijo nacería.
Pasaron los meses con la complejidad de esconder una verdad que tarde o temprano quedaría en evidencia. 
Una mañana decidió irse de la casa de sus tíos sin contarles nada. Volvió con su madre quien un poco más recuperada de su depresión y contrario a lo que Amanda esperaba se puso feliz de saber que sería abuela.
Durante todo el embarazo Amanda nunca se acarició el vientre, intentaba no encariñarse con su hijo en caso de que algo saliera mal, ella realmente le temía a amar.
Entre ella y su madre escogieron un nombre de niño y uno de niña, aunque Amanda insistía en que su hijo seria niño, su madre la persuadió para tener de todas formas un nombre de niñita.
Cuando llego el momento del parto Amanda estaba muy asustada, no quería que su hijo naciera, sentía que si estaba dentro de ella nadie podría lastimarlo. Pero su infantil deseo de protección no tenía espacio en aquel momento donde su hijo se jugaba su carta de vida. 
El niño nació a las 8:35 de la mañana de un día 6 de febrero. No lloro de inmediato, estaba un poco sofocado por el cordón umbilical que rodeaba su cuello, a los segundos se oyó su llanto fuerte y claro. El doctor lo tomo, lo puso sobre el pecho de Amanda. Ese fue el momento preciso en que Amanda conoció el amor. Ese día lo cambio todo y para siempre.




Aidana- mujeres

7 DE FEBRERO 2015

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