CAMPANITAS ROTAS


Antes de los doce años y para ayudar a parar la olla, Nancy debió comenzar a trabajar. 
Un amigo de una prima se ofreció a preguntar en su trabajo si es que necesitaban a alguien más. Así consiguió un puesto como pulidora en un pequeño taller de móviles de campanitas de cerámica ubicado en la parte antigua de Santiago.
Para Nancy este no era su primer trabajo. Cerca de su casa se ofrecía para hacer aseo o cuidar niños. Labores esporádicas que le permitían contar a veces con dinero para ayudar a su madre quien acababa de tener a su cuarta hija. La familia de Nancy estaba conformada por la madre y cuatro hijos de los cuales Nancy era la segunda. Su hermano un año mayor que ella también trabajaba para aportar a la casa. El padre de familia un día renunció a seguir siéndolo y se fue a formar una nueva desentendiéndose de sus hijos y ex mujer quien al momento de la “valiente” huida del ex hombre de la casa tenía cuatro meses de embarazo. 

Todas estas situaciones generadas por los adultos que se suponía debían proteger a estos niños, fueron determinantes para su prematuro ingreso al mundo laboral, al precario mundo laboral.
 Al  trabajar en el taller de campanas debió aprender a trasladarse desde la periferia hasta su trabajo, esto significaba cerca de una hora en micro. Para la niña este trayecto era una nueva aventura, nunca antes había viajado  sola. A su madre no le gustó la idea pero la falta de dinero la hizo ceder y darle permiso.
El sueldo ofrecido no alcanzaba a llegar al mínimo legal de entonces. Ella sentía que no podía regodearse. Cuando comenzó su primer día de trabajo notó inmediatamente que la dueña del taller era una señora  gruñona, malas pulgas, de trato duro y prepotente. Nancy le tuvo miedo en cuanto la conoció. La gruesa mujer de alrededor de cincuenta años trabajaba con sus dos hijas a quienes trataba como a cualquier otro empleado. Les gritaba e insultaba como a los demás.
 La tarea de Nancy era sencilla aunque algo tediosa. Tenía que tomar las piezas de cerámica aún sin cocer y con una esponja con agua pulir las imperfecciones, ordenarlas en bandejas metálicas y dejarlas en mesones para que el maestro del horno las llevara a cocción.
El horario de entrada era a las ocho de la mañana y salía a las siete de la tarde. Almorzaba casi a diario pan con lo que hubiera en su casa. A veces su mamá haciendo un gran esfuerzo para su nefasta economía  le compraba un huevo, pero la mayoría de los días su pan era con margarina. Nancy se sentía incómoda en aquel lugar, no le gustaba la forma en que la dueña del taller la trataba. 
Al poco tiempo y como prisioneras que comparten cautiverio se hizo amiga de una de las hijas de aquella desagradable y grotesca mujer. Era la mayor, una muchacha de no mas de quince años, de carácter dulce y gentil.  A Nancy le gustaba hablar con ella, se reían mucho, lo pasaban muy bien juntas. Un día Nancy le preguntó a su nueva amiga que hacían con las figuritas que se dañaban después del horno, la otra le contó que las botaban. Al ver el interés de Nancy en aquellas piezas dañadas le dijo que podía llevar las que quisiera. Ella fascinada con la idea de poder hacerle un móvil a su hermanita recogía esas campanitas que para los demás eran basura. 
Ya casi terminaba el primer mes de trabajo, ella en su cabeza infantil hacia planes de lo que haría con su primer sueldo de pulidora de campanas. 

Sus manos completamente resecas comenzaban a dar las primeras muestras de heridas provocadas por la arcilla, nunca le entregaron los guantes que le prometieron el primer día de trabajo, ella después del tercer día de pedírselos a la dueña del taller y con la respuesta de - Puta que hueviai cabrita no sé de  dónde saliste tan delicada- dejó de insistir, pensaba que si seguía molestando "la señora" la terminaría echando.
Cuando llegó el día de pago, Nancy fue la primera en ser llamada a la oficina. Los trabajadores estaban fuera de aquella habitación cercana a la puerta de calle, todas y todos arreglados para irse. Solo esperaban ansiosos como cada fin de mes recibir ese sobre con su nombre escrito para el que duramente habían trabajado.
 Ella feliz fue a la oficina para recibir su  primer sobre. Al entrar notó que la señora, la dueña del taller la miraba enojada, luego le pidió mostrar su mochila, a Nancy le extrañó. Ese día ya le habían revisado sus cosas como siempre al terminar la jornada. La mujer al encontrar las tres o cuatro campanitas trizadas en el interior de la mochila se enfureció. Tomo a Nancy de un brazo mientras la niña Intentaba decir que su hija le había dado permiso para recogerlas de la basura, pero lejos de tomar las palabras de Nancy como una justificación, aún con la niña sujetada por el brazo llamó a gritos a su hija para preguntarle si lo que decía Nancy era cierto. Su hija le dijo que si, que ella le había regalado esas piezas dañadas. La  dueña del taller  completamente fuera de sí soltó a Nancy y golpeó a su hija gritándole que era una alcahuete de ladronas. 
Nancy miraba la escena desde un rincón de la oficina totalmente sorprendida y asustada, su emoción por recibir su primer sueldo había sido reemplazada por pánico. La alterada mujer luego de golpear a su hija se volvió hacia la asustada niña gritándole ladrona de mierda, la cogió nuevamente del brazo arrastrándola hacía la puerta que daba a la calle. Nancy lloraba sin entender nada, la mujer abrió la puerta arrojándola junto con sus cosas a la vereda, amenazaba gritando que no se volviera a aparecer por ese lugar  porque  la metería presa por ladrona. La pequeña desde al suelo lloraba impotente diciendo que no se había robado nada, le pedía a la mujer que le pagara su plata.La otra cerrando la puerta respondió que ella no le debía nada.
Nancy recogió sus cosas entre sollozos , choqueada repetía una y otra vez que no se había robado nada.  Pensaba en que le diría a su mamá cuándo llegara a la casa sin plata. Ella le había prometido que irían al supermercado y que le pagarían a la señora del almacén que ya no les quería fiar más porque todavía le debían un kilo de azúcar.
Camino llorando, se sentía ladrona aunque sabía que nunca había robado anda, pensaba en su casa y seguía llorando. Después del largo trayecto, con sus ojitos de niña hinchados y con el peso de la humillación de la que había sido víctima entró a su casa, vio a su mamá y la abrazó llorando. Su madre asustada al ver el estado de su hija le exigió que le dijera porque estaba así, la niña no lograba hablar, el llanto se lo impedía. La mamá le dio agua con azúcar para calmarla y así Nancy pudo contarle lo que le había pasado.
Indignada principalmente con ella misma por haber permitido que su pequeña trabajará, con su ex marido por haberlos dejado a la deriva, con su situación de tener una guagua tan pequeña que no le permitía trabajar a ella. Estaba furiosa, despotricaba contra la vieja dueña del taller, contra sí misma, contra el padre de sus hijos. De pronto miro a Nancy, la vio tan pequeña, tan frágil y la volvió a abrazar consolándola, prometiéndole que nunca más permitiría que nadie humillara a alguno de sus hijos. 

Le secó las lágrimas, llamó a los otros niños que estaban en la pieza y se sentaron en familia a tomar once, compartieron el único pan que había, lo rebanaron en varios trozos para hacerlo alcanzar, esa tarde la madre no permitió que la pena se quedara en su casa, le dio guerra con alegría, sacando fuerzas que desconocía tener.
Al día siguiente se levantó temprano, se consiguió plata con una vecina, despertó a Nancy y le dijo que  irían a cobrar su dinero, que ninguna vieja sinvergüenza se iba a reír de su hija. Como no sabía que ocurriría le pidió a su hijo mayor, solo un año mayor que Nancy, que se quedara con la guagua. Este hermano trabajaba también, pero solo haciendo pololos con algunos familiares, ese día estaría en la casa así es que no tuvo problemas en quedarse con su hermanita. De todas formas su madre los dejo encargados  con la misma vecina y amiga con la que se había conseguido dinero para la micro.
 Nancy y su madre hicieron el trayecto hasta el taller de campanitas sin tocar el tema de su trabajo, hablaban de otras cosas, era lindo verlas aquel día, nuevamente eran madre e hija y no una hija tratando de ser madre de su madre. Cuando llegaron a la puerta del taller la mamá de Nancy toco la  suavemente, no salió nadie a atender, volvió a tocar pero esta vez enérgicamente. Después de una breve espera la puerta se abrió, atendió uno de los trabajadores del taller, el hombre había presenciado lo que había ocurrido a Nancy el día anterior, al igual que los demás trabajadores no intervinieron para detener la acción brutal de la dueña de aquel lugar, el hombre al ver a la niña bajó la mirada. Pese a que sabía que le podría traer problemas  en esa mini dictadura instaurada por la dueña del taller las dejo pasar hacia la habitación que hacía de oficina diciendo que le avisaría a la patrona que la buscaban.
La mujer no tardó en aparecer, al ver a la niña se dirigió a ella diciéndole – Y a vos no te dije que si te veía de nuevo por acá te iba a meter presa- La madre de Nancy le tomo la mano a su niña y con total calma respondió diciendo que solo estaban allí por el sueldo de su hija. La otra mujer acostumbrada a hacer su voluntad a fuerza de insultos y gritos volvió al ataque repitiendo las amenazas de meter presa a la niña, agregando además que seguramente la chiquilla había salido ladrona por el ejemplo de sus padres. Hasta ese momento la madre de Nancy  había permanecido en calma, miro a su hija, le sonrió y le pidió que saliera de la habitación, la niña salió, se quedó parada fuera de la puerta. Su madre en tanto tomo aire intentando tranquilizarse, luego con la calma que le fue posible habló: - Mire señora, mi hija no es ninguna ladrona, en mi familia no somos así. El problema que yo veo aquí es otro. Ella es chica y no sabe que en la vida existen personas sinvergüenzas capaces de cualquier cosa por no cumplir con sus obligaciones - La otra intentaba interrumpirla para echarla, pero ella no hacía caso, sus palabras no serían detenidas por la arrogancia de una mujer prepotente acostumbrada a chantajear a sus trabajadores con amenazas de despido.  Así continuo diciendo – Usted señora le va a pagar el mes de trabajo a mi hija, no le va a descontar ni un peso y si es por los cachureos rotos que se llevo a la casa para hacerle un móvil a su hermanita, no se preocupe que aquí  los traigo- De su cartera saco una bolsa con unas diez campanitas trizadas dejándolas encima del escritorio que las separaba. La dueña del taller insistió en que no le debía nada, para la madre de Nancy esa no era una respuesta aceptable. Inclinándose sobre el escritorio tomo a la gruesa mujer por la blusa desde el cuello, acercándola a su rostro diciéndole en voz baja pero con dureza –Usted le va a pagar a mi hija, le va a ofrecer disculpas por la humillación o le juro que le quemo su huevada de taller con usted  y sus cagadas de campanas adentro-  La vieja abusiva no salía del asombro y el miedo que le provocaron las palabras de la madre de Nancy.  Vio la decisión en sus ojos, esa decisión de quienes sienten que no tiene nada más que perder. Eso realmente la asusto.
La dueña del taller zafándose de su amenazante interlocutora  llamó a la niña, su madre le hizo un gesto para que entrara. La mujer comenzó a buscar en un cajón del escritorio, saco un cuaderno, una calculadora y un lápiz, luego de hacer unas cuentas tomo la llave que llevaba colgada al cuello y abrió otro cajón, de ahí saco una caja metálica con candado, abrió la caja contó unos billetes, los puso en un sobre y escribió el nombre de Nancy en él.  Guardo nuevamente la caja, cerro el cajón  mecánicamente y estiro la mano con el sobre hacia Nancy, la niña miro a su madre, tomo el sobre, lo abrió, saco el dinero y lo contó. Su mamá le pregunto si estaba bien, la niña  asintió. 
Luego la dueña del taller   hablo  con voz temblorosa , pudo ser por el miedo o por nerviosismo, quien sabe... Comenzó diciendo que su hija le había explicado que en realidad Nancy no se había robado nada ,  le ofrecío disculpas por haberla tratado mal el día anterior y también extendió sus disculpas a la madre. La niña no dijo nada, pero nunca olvido la forma en que fue lanzada a la calle y acusada de algo que ella no había hecho.
 Madre e hija salieron de aquel pequeño taller con una buena sensación. La niña  estaba satisfecha de haber recibido su dinero ,se sentía protegida y su madre de haber defendido a su hija.
cuando volvían a su casa la madre de Nancy le dijo que no volvería a trabajar hasta  que estuviera grande. La niña no protesto.

Nancy siguió estudiando igual que sus hermanos, su madre se las arreglaba como podía para trabajar sin cargarles responsabilidades de adultos a sus niños, su padre a veces se acordaba de ellos y les mandaba algún dinero.  Siguieron viviendo pobres, pero su madre no les permitió mientras fueran niños volver a trabajar. 

Aidana - Mujeres

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