DES CONSUELO
Al encontrarse cara a cara no le pareció tan dramática, tan
en cámara lenta. Tampoco vio escenas importantes de su vida pasar como película
frente a sus ojos, el famoso túnel de luz definitivamente nunca apareció. Menos cinematográfica, harto más simple,
decepcionantemente simple para esta
mujer acostumbrada a los clichés. Así estaba siendo su encuentro con la muerte.
La que para aumentar aún más su decepción, no era esa figura esquelética,
con túnica y capuchón.
En su caso había sido una bala perdida, resultado de un enfrentamiento
entre “choros” narcos rivales de la población.
Había vuelto del trabajo unos momentos antes de desatarse el
infernal tiroteo. No era cosa de todos los días, pero cada vez con más
frecuencia los muchachos en su mayoría de edades cercanas a la suya, arreglaban
sus controversias a punta de balazos.
Ella conocía desde pequeños a varios de estos
novatos pistoleros, con algunos incluso habían ido juntos a la escuela. Nunca tuvo
amigos en la población, su mamá se lo prohibía, le decía que esa gente era poca
cosa para ella. Todas sus amistades vivían lejos de allí, no en poblaciones, sus amistades vivían en
villas, eufemismo siútico usado para llamar a las poblaciones en la actualidad,
pero que a su madre, arribista y pretenciosa,
le parecía que tenían más categoría.
Consuelo, la victima moribunda alcanzada por esa bala que perdió
su trayecto, hija única de madre soltera,
sus años de escuela los había hecho en un colegio municipal cercano a la población.
Desde pequeña recibió una formación estricta, su abuela prácticamente la crió,
su mamá trabajaba puertas adentro en una gigantesca casa del sector más
acomodado de la ciudad. Madre e hija estaban juntas solo algunos escasos días al
mes. De su padre nunca le hablaron, la única vez que se atrevió a preguntar tenía
doce años, recibió una bofetada de su madre como única respuesta. Pese a sentir
mucha curiosidad por conocer sus orígenes, no volvió a preguntar. Se conformó
con lo que su abuela le decía – Mi
niñita, usted es más afortunada que muchas otras niñas, usted tiene dos mamás y
las dos daríamos la vida por usted-
Consuelo creció oyendo a su madre decir que algún día se comprarían una casa en otro barrio, en otra
comuna y saldrían al fin de esa población picante. Para su madre las
pocas veces que llegaba a la casa era como un castigo, odiaba aquel lugar.
Desde que trabajaba como empleada doméstica la incomodidad de su procedencia había ido en
aumento. No le gustaba ser de población o poblacional como había oído tantas
veces decir a su patrona en tono despectivo al referirse a algo vulgar, o de
poca clase. La Abuela en tanto, luchaba por crear en su nieta respeto por aquel
lugar, le contaba la historia de su población, de cómo había nacido a partir de una toma de terreno en la que ella y su esposo, el
abuelo de Consuelo, habían participado. La vieja mujer se emocionaba con sus propios
relatos, la gesta heroica en la que cientos de pobladores lucharon a muerte por
el derecho a una casa propia. Recordaba a su finado marido, quien había sido el
primer presidente de la junta de vecinos. Sin embargo, pese a sus esfuerzos, no
lograba traspasarle a su nieta el amor por aquel lugar y su historia. La opinión
de la madre de Consuelo pesaba más en ella, y como no, si en la vacaciones de verano,
cuando sus patrones se iban a alguno de sus viajes, ella la llevaba a esa casa enorme,
con una piscina colosal, con el refrigerador lleno de hartas cosas ricas para
comer. Donde hasta el baño olía bien. Ese lugar sí que era lindo ¿Qué le
importaba la historia de la población? Ella quería ese mundo ajeno, ese que su madre debía mantener limpio.
Pobre niña ingenua,
pobre su madre arribista, no se daban cuenta que para ese mundo ellas no tenían
invitación .No al menos para gozar de él, si para servirlo.
Consuelo bajo la fuerte influencia de su madre, aprendió a
sentirse resentida por el lugar que
habitaba. También pensaba que se merecían
algo mejor. A la abuela le dolía que su hija y su nieta quisieran irse de la casa que tantos sacrificios les había costado. Sin embargo no era ciega, se daba cuenta que
desde que había llegado la droga, el lugar se había vuelto violento. Ella misma
había sido víctima de un asalto cuando iba a la feria. Los prematuros
delincuentes un par de niños de no más de once años notoriamente drogados, la
encañonaron con una pistola y le
arrebataron su chauchera con los únicos diez mil pesos que tenía.
Para esta mujer la
droga solo era parte del problema, una parte importante por cierto, pero a sus
ojos el mayor de los problemas había sido perder la capacidad de organización. Entendía,
sin ser experta, que el individualismo había dejado demasiados espacios
abiertos para que las cosas estuvieran tan mal. Cuando iba a comprar el pan y
se juntaba como de costumbre con otras vecinas, siempre las oía reclamar por la
delincuencia, pero nunca hablar de cómo ayudar a alguna madre que debía dejar
todo el día a sus niños solos para ir a trabajar. Ahí estaba el problema, esos
niños rápidamente, sin vigilancia ni cuidados de un adulto eran tragados por la
necesidad de ser parte de algo, sentir que alguien, no importa quien, se preocupase
por ellos. Así pasaban rápidamente a formar parte de los muchos “soldados” en ese mundo de leyes paralelas, de gatillo fácil,
de extraños códigos de lealtades pagados
y cobrados con sangre…
Ahora quien pagaba alguna deuda de otro era Consuelo, su
nieta. Ella, una de las forjadoras de aquella población, una de
las personas que más había amado ese lugar, veía a su niña desvanecerse
atravesada por el plomo indiferente.
Consuelo perdió el conocimiento por unos momentos. Sangraba
profusamente, su abuela intentaba detener
la hemorragia con un paño. Cuando era
trasladada por un vecino al hospital, en sus delirios pensaba que seguramente
si lo hubiese podido planear, las cosas habrían
sido de otra forma, cumpliendo todas las pautas que para su gusto debían tener
este tipo de cuestiones. En lugar de
recibir aquel impacto de bala en el
vientre perforándole el colon, lo que mantenía
su vida colgando de un hilo, ella hubiese preferido una bala directo al corazón.
La palabra corazón siempre le pareció más elegante que estomago o colon. La
escena del “lamentable incidente” en el
que resultó herida, también hubiese sido otra, no la entrada del almacén “El
esfuerzo”. Su lugar de agonía debiera haber sido una clínica, con una habitación
llena de flores, solo para ella. No aquella camilla en el pasillo de la posta de urgencias.
Mientras esos absurdos pensamientos la alejaban de su realidad, sentía que el
bip-bip del monitor al que estaba
conectada se alejaba, su vista pegada al techo se volvía borrosa. La envolvía un
relajo distinto, pesado, una especie de tranquilidad infinita. De pronto sintió
que la tomaban pasándola a otra camilla,
sus ojos mirando el techo seguían la ruta por la que era conducida. Vio diferentes
tipos de luces, ampolletas, tubos fluorescentes parpadeantes, todo cada vez más
borroso. Sintió nuevamente que era levantada y traspasada a otra camilla, allí vio
un foco gigante, no se trataba del túnel que hubiese esperado ver en tales circunstancias,
estaba en una sala de operaciones, ahí se perdieron sus recuerdos.
En las noticias de las nueve se habló de Consuelo, una joven
mujer, otra lamentable víctima de una bala
perdida. Entrevistaron a varios vecinos de la población, todos coincidieron en
que era una niña tranquila que no merecía morir así. Todos también coincidieron
en decir que no habían visto nada. Al día
siguiente dieron la noticia de la captura de quien había percutado la bala
asesina. Los medios informativos hablaban del homicida como un avezado
delincuente. Su imagen era la de un niño, un niño de doce años. Uno más que cometía
un crimen, uno más inimputable ante la ley. Solo dieron sus iniciales, se habló por algunos días
del caso del menor asesino. La tv le dio un trato morboso dedicando largos
minutos a destacar que el hecho quedaría
impune. Nadie en la tv hablo de la responsabilidad que pudiera caberle a la sociedad.
No se dijo nada sobre la precariedad familiar y económica de esa u otras poblaciones. Se generaron
debates sobre bajar la edad de responsabilidad
penal. Alarmados muchos pedían aplicar la
pena de muerte. Hubo quienes organizaron campañas medio en broma, medio en serio,
llamando a matar a ese tipo de gente, gente como ese niño que mato a Consuelo.
Mientras tanto,
ajenos a las campañas y debates, en las poblaciones seguían siendo reclutados
otros nuevos niños soldados.
Aidana - Letras (R)evueltas
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