DIAMANTE EN BRUTO




       Juan desde pequeño, gracias a su impresionante inteligencia  recibía elogios, solía escuchar que la gente decía -Ese niño es un verdadero diamante en bruto- En la escuela  además de sus excepcionales notas, demostró tener grandes  habilidades artísticas, se le daba muy bien la poesía. Fue creciendo, oyendo esa frase del diamante en bruto, secretamente le gustaba sentirse elogiado.  El pequeño genio creaba mundos paralelos en su mente, lo más distintos posibles a la realidad.
En la casa donde vivían de allegados luego de haber perdido la propia por un montón deudas ocasionadas  por  la enfermedad de su hermanita menor, vivían amontonados.  Eran cinco hermanos, para sus padres  se volvía difícil lidiar con tantas bocas que alimentar.  Muchas  veces esa casa se transformaba en un campo de batalla debido a los roces que genera el hacinamiento.  La hermana de su madre con genuina solidaridad, al ver que quedarían en la calle tras el remate de su casa, los invito a vivir con ella. Seguramente nunca imagino lo que significaría para su propia familia tan solidaria acción.
Todas las noches se repetía el ritual de armar las camas en el suelo del pequeño espacio que hacía de living y comedor.   Correr todos los muebles hacia un solo lado, amontonar las  sillas y colocar un  par de colchonetas de plaza y media  donde dormía juan y toda su familia. En las mañanas el ritual era a la inversa.  Los padres  levantaban bien temprano a los niños, los dejaban listos para la escuela, recogían las camas, las dejaban afuera donde había un pequeño techo, reacomodaban los muebles, desayunaban tratando de no hacer mucho ruido. Los dueños de casa se levantaban más tarde. Luego padre y madre  salían a sus respectivos trabajos, dejando a los niños en pie a la espera de una tía, hermana  del padre quien los llevaba y traía de la escuela, además ella les daba el almuerzo en su casa, almuerzo por el cual sus padres pagaban. Luego  de vuelta del trabajo ellos debían pasarlos a buscar.  A la más pequeña de dos años de edad, la dejaban encargada en la casa de una vecina, la enfermiza niña necesitaba cuidados especiales, ellos le pagaban a la vecina para intentar dárselos.
Juan como niño inteligente y despierto se daba cuenta de su precaria situación familiar. Pese a su corta edad, solo nueve años, sufría al ver los enormes sacrificios que hacían sus padres por él y sus hermanos. Quería ayudar, pero no sabía cómo. Un día se le ocurrió que todos sus esfuerzos irían dirigidos a hacer felices a sus padres.  Como ellos ya estaban acostumbrados a sus buenas notas, se dio a la tarea de ayudar a Teresa, su hermana un año menor que él, a subir las notas. Cual profesor revisaba los cuadernos de la hermana, la ayudaba  a hacer las tareas y le traspasaba sus propias esperanzas de que si les iba bien en la escuela seguro más adelante podrían ir a la universidad. Le explicaba a su hermana que la gente que salía de la universidad  con un título ganaba mucho dinero y se compraban casas bonitas, no tenían que vivir como ellos durmiendo en el suelo. Juanito, como lo llamaba su tía, la dueña de casa, también servía de mediador  en las peleas entre sus hermanos y los dos primos, hijos de los dueños de casa. Evitaba a toda costa que esas peleas de niños durasen demasiado, pues sabía que si no lo hacía podían terminaban discutiendo  los grandes de la casa.  Eso siempre terminaba mal, con la tía diciéndole a su madre que se fuera de la casa y  su mamá llorando sin tener donde ir.
El hermoso niño, el diamante en bruto crecía en ese ambiente hostil, pero no se contaminaba de él, se negaba a eso.  Les escribía poemas a sus padres  con frases de eterna gratitud, ayudaba a su tía en  el aseo de la casa. Leía siempre que podía, devoraba cada nuevo libro que caía en sus manos. Le gustaba saber, de todo, no importaba el tema. Siempre antes de leer algo nuevo se repetía lo que su abuelo alguna vez le había dicho “El conocimiento es poder”
 En la escuela jugaba a las bolitas, era un excelente jugador, le gustaba apostarlas, así gano muchas, llego a tener más de mil trescientas.
Cuando  en una oportunidad, sin querer escuchó a sus padres en la noche hablando de la falta plata, se sintió impotente y  pensó  en  que podía vender sus bolitas a sus compañeros de colegio para ayudar.
Peso tras peso iba juntando, no perdía ningún recreo para ofrecer lo que hasta hacia muy poco había sido su tesoro. Cuando las hubo vendido todas, se dio cuenta de que ya no podría seguir con su negocio. Pero estaba contento porque le daría la plata a su mamá.  Emocionado, espero que sus padres lo recogieran de la casa de la tía que lo cuidaba a él y sus hermanos  durante el día. Cuando  encontró en momento  le  contó lo que había hecho a sus padres, ambos muy conmovidos se lo agradecieron, pero  también le pidieron que no volviera a hacer algo así. Le dijeron que son los padres y no los hijos quienes deben preocuparse de esas cosas.
 Ellos no le contaron, pero con el dinero de sus bolitas y algo más que había ganado el papá vendiendo algunas de sus herramientas, el fin de semana lo llevaron a él y sus hermanos a tomar helados, como hacía mucho no lo hacían.  Ese día sábado, sentados bajo una gran sombrilla de colores  fueron de nuevo una familia disfrutando la vida, se sintieron dignos y felices.   Ninguno pensaba en que llegada la noche nuevamente dormirían en el suelo. No se lamentaban, no había espacio para eso.
El pequeño e inteligente Juan, el diamante en bruto, había conseguido llevar a su familia junto a él a uno de sus hermosos mundos paralelos.


Aidana – Letras  (R )evueltas

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