GRISELDA

Griselda era como quien dice, parte del paisaje cotidiano de la población,  era difícil que alguien que viviera en aquel lugar no supiera de su existencia, se le podía ver a menudo en la línea del tren  compartiendo sus vicios con otros muchachos consumidos por las drogas. Demacrada, con varios dientes menos, como claros efectos de sus adicciones, de pelo negro enmarañado, de facciones indescifrables producto de su extrema delgadez, de caminar rápido con un gracioso balanceo de sus manos que semejaban los movimientos de un mono. Así era la Griselda, risueña y respetuosa pese a todo, nunca se supo que hubiese robado, como ella decía, "prefiero pedir en vez de andar robando oiga".
Pero también era sabido que muchas veces sus urgencias la llevaron a transar sexo por drogas. La miserable vida de esta mujer que en tiempos lejanos perteneció a alguna familia, en algún momento, había quedado atrapada en este submundo paralelo, en un mundo del todo vale, de miseria humana, de indiferencia, desesperanza y muerte.
La vida en la población era para quien no se hubiese fogueado allí un mundo aparte, lejos estaban de las cifras exitosas de las que los economistas llevaban años haciendo alardes, allí no lucían las cifras de desempleo, tampoco se podía elegir "vivir sano" como rezaba un famoso slogan que la esposa de un presidente neoliberal había lanzado como campaña de la buena alimentación a la que en la realidad poco tenían acceso por lo costosa que resultaba, tampoco parecía ser prioridad para los habitantes del otro lado de la línea del tren las marchas por la educación...
Allí se vivía el día a día, esquivando algunas noches las balas perdidas. Intentando no escuchar más de la cuenta, ojala no "metiéndose" con nadie. No es que los habitantes de ese lugar fuesen malos o insensibles, no. Hubo una época en que los pobladores habían sido distintos, unidos, organizados, pero ni ellos, ni otros miles de pobladores de distintos lugares a lo largo del país estaban preparados para los estragos que dejaría entre los suyos la pasta base.
Algunos de los antiguos habitantes del lugar intentaban infructuosamente hacer algo para evitar que sus jóvenes y niños siguieran  cayendo. Solos, sin apoyo real de parte del estado, veían como diariamente iban perdiendo la batalla. Al pasar los años con los vaivenes de la política nacional y sus afanes de despolitizar dejando lo más lejos posible a la ciudadanía de cualquier debate importante, fueron paulatinamente desapareciendo las organizaciones sociales, los talleres infantiles,las ganas y cada cual comenzó a hacerse cargo de sus propios asuntos, mirando como ajeno todo lo que estuviese fuera de sus cuatro paredes...Griselda era hija de esos tiempos, fue hija de esa sociedad.
Pese a lo precaria de su existencia y de la insignificancia de sus días casi siempre parecía feliz. Quizá su atrofiada conciencia no le permitía verse; seguramente no se veía. Su presencia un día se esfumó, alguna vecina de las que salen tempranito a barrer la vereda  la echó de menos, el hombre que reparte el pan no la vió para darle la marraqueta que le regalaba por caridad cada mañana. Los borrachos y drogos de las casuchas de la línea del tren  comenzaron a extrañarla, mal que mal, era ella quien apaciguaba a cambio de un trago o algo para fumar sus urgencias sexuales. A la semana de su desaparición, un grupo de niños que jugaban  en un terreno baldío a unos cuantos metros de la carretera que limitaba la población, cubierta con unos diarios encontraron a la Griselda, desnuda, profanada, ensangrentada... asustados le avisaron a uno de los borrachines que se juntaban con ella, él después de reconocerla corrió  lo más rápido que pudo a la comisaría distante unas cuantas cuadras del lugar. Allí el uniformado no le creyó. Para él solo se trataba de un borracho hablando incoherencias. El pobre hombre salió desesperado, triste. Su tristeza era genuina, pero qué más podía hacer...más tarde otro hombre a quien los niños también alertaron del hallazgo acudió a la comisaría, este hombre no lucía como indigente, tampoco olía a alcohol, así fue que al fin el lugar fue cercado por la policía y el cuerpo profanado de Griselda emergió de entre los diarios y cartones. Pasaron algunos días antes de que la Griselda volviera a su población, esta vez llegó elegantemente vestida gracias a la ropa que alguien donó, enfundada en un cajon mortuorio. Los pobladores rápidamente se unieron, hicieron colectas, compraron flores, llenaron de globos blancos para despedir a la voladita, a la angustiada, a la Griselda. Finalmente el día más importante de su vida sería el de su muerte.
La Griselda era parte del paisaje cotidiano en la población, siempre chascona, risueña y respetuosa...Todos dicen que no merecía morir así...y vivir ¿Acaso un ser humano merecía vivir así?




Aidana - Octubre 2015


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