EL HONOR Y EL INFAME

Ese día lloro de impotencia. Si, así fue, lloro como un niño pero sin inocencia. Un año antes don Pedro se había jurado vengar con sangre la traición de quien fuera su amigo y compadre. 
Corrían los años donde el honor tenía más valor que la vida. Así don pedro se fue de cacería dejando atrás su casa, su tierra y su familia. Fueron kilómetros y más kilómetros de camino, a veces a caballo, otras a pie, alguna vez incluso viajo en tren. Para él no existía obstáculo que le impidiera cobrar la afrenta que a su juicio solo se saldaría con la muerte. En su mente obsesionada, como en una película se veía a si mismo poniendo fin al desleal otrora amigo.
En las noches solitarias intentaba decidir el final. Cuando divagaba en las más descabelladas ideas de asesinato, a veces y sin que él lo quisiera, un pensamiento se cruzaba sin permiso y apagaba los otros ¿Cómo darle muerte a otro cristiano? Después de todo el jamás había matado a nadie. Cuando estos pensamientos “intrusos” aparecían don Pedro se apuraba a sacudirlos y así volver en paz a enfocarse en su objetivo.
Así pasaron los días, los meses y casi bordeando el año cuando su obstinación se había trasformado en un duro cayo en su corazón, tuvo noticias del prófugo. La alegría invadió su ser, por fin llegaría el día en que el indigno pagaría, al fin vengaría su mancillado honor. Estaba cerca, muy cerca, solo a unas horas…
Increíblemente cuando preparaba su partida lo invadió una serena calma, como si fuera un ritual y casi meditando cada movimiento busco su morral, reviso su arma, tomo su sombrero, se lo puso con modos casi teatrales y partió. 
Ese día hacía calor, no había viento, le pareció que el tiempo estaba detenido esperando el desenlace final. Cuando llego por fin sin prisa, pero expectante a su destino su mundo se derrumbó de golpe, se arrepintió de la calma de las horas anteriores, maldijo y escupió con rabia. Al fin hallaba al infame escurridizo, a miles de kilómetros de su hogar, lejos de su tierra, de su familia, de su mundo, al fin lo hallaba, pero no como esperaba, unas horas antes el traidor había muerto, paradójicamente de muerte natural.
Don pedro lloro, lloro a mares más no en memoria del muerto, lloro con impotencia el honor que no alcanzo a cobrar.

(Fragmentos de relatos familiares mal recordados y contados a medias
Aidana 2015)

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