EL REENCUENTRO
Era de amanecida cuando se enteró que volvería, nadie se lo
dijo. Como siempre, lo adivinaba. Siempre adivino sus pasos, buenos y malos.
Una madre todo lo sabe, se decía.
Se levantó temprano a
encender el fuego, aunque hacia mucho se
suponía que no se usaba el fuego para cocinar, en su población como en muchas otras eso era algo frecuente,
con la plata de la pensión no alcanzaba para comprar gas. Busco unas pocas
ramas, una chancletas viejas, lo de siempre, algo que sirviera para quemar y
diera buen fuego. La contaminación no le preocupaba, cuando se convive con el
hambre y la eterna falta de dinero, por importante que fuera la ecología, entre el respeto del medio ambiente y la
urgencia de enfrentar como se pueda cada día… la mayoría prioriza sobrevivir.
Ella también.
Miro su casa, una casucha destartalada, forrada con cortinas
de baño de distintos colores que alguna vecina le regalo para ponerle atajo al
frio del invierno anterior. Sobre esas cortinas colorinches estaban colgados
sus recuerdos Familiares, fotografías de su abuela, su hijo, ella cuando joven,
dibujos infantiles. Cada uno de esos cuadros era para ella el testimonio de su
historia, la que a veces por sus muchos
años olvidaba. Después de echar una
mirada se puso a hacer aseo, hacía algún tiempo que no limpiaba todos los días,
¿para qué? se decía, si nadie viene a verme. Pero este día era distinto, su
hijo vendría, estaba segura.
Primero barrio,
luego comenzó a tirar agua en el piso
para quitar las manchas. Habría sido imposible, ese viejo piso tenía tantas
manchas acumuladas en los años, pero ella se conformó con tirarle agua.
Como no sabía a qué hora llegaría la importante visita pensó
que sería buena idea desayunar, busco en la cocina un tarro en el que guardaba
la sopa instantánea que le daban en el consultorio y se preparó un poco, no
mucha para que le alcanzara hasta fin de mes. El pan lo había dejado hacia
algunos años, no por que estuviera haciendo alguna dieta. No, lo dejo porque le
pareció innecesario gastar su dinero en lo que considero un lujo. Cada peso que
recibía lo cuidaba. No es que se hubiera vuelto una vieja tacaña, ahorraba su
ridícula pensión para comprar su sepultura. Extrañamente le preocupaba mas donde descansarían sus
huesos al morir, que lo que comería al día siguiente o como se las
arreglaría para vivir.
En sus tiempos de
ocio que cada vez eran más, fantaseaba con su funeral, imaginaba muchas flores
sobre su cajón que debía ser de alguna
madera noble, no de esos que dan por ser pensionado, no. El suyo tendría
manillas doradas, bien brillantes y la madera debía ser color nogal. En lugar
de velas tendrían que haber unas lamparitas eléctricas. Le gustaban más.
Vendría mucha gente a
su velorio, hablarían cosas lindas de ella, de lo buena que fue, de lo linda
que era cuando joven. La recordarían con cariño. Las vecinas seguramente
pondrían globos blancos desde su misma casa y hasta una cuadra más allá. Su
hijo daría un bello discurso agradeciendo a los presentes compartir su dolor
por la gran perdida. Seguramente habría mucha gente ayudándolo a sentir.
Tenía todo bien pensado, con lo que juntaría con su ahorro
le alcanzaría hasta para comprar unos pollos para el consomé. Recordaba haber estado de amanecida en algún velorio
pobre donde no ofrecieron consomé y la gente se había ido pelando. En su
velorio tenía que haber consomé.
Pero no solo le preocupaba su descanso final. También
guardaba cinco mil pesos aparte, para cuando venía su hijo a verla. Siempre le
preocupo que no anduviera con plata para la micro. Así es que cada vez que el
la visitaba, justo cuando se despedían ella le deslizaba el billete dentro de
algún bolsillo.
Después del desayuno, decidió que debía bañarse, también había
abandonado la costumbre del baño diario, pero como este era un día tan
especial, se dio ánimo, junto agua en un tarro grande de aluminio y lo puso en
el fogón para calentarla. Cuando estuvo a una buena temperatura, no muy fría,
pero tampoco hirviendo como para pelar gallinas como decía su mamá. Llevo el
agua a un rincón del patio donde un pequeño armazón de palos y plástico hacían
de ducha. Allí tenía un jarrito pequeño con el que se echaba el agua. Su largo
pelo canoso parecía una hermosa cascada de plata. Una vez terminado
el baño recogió su pelo en un moño. Busco su mejor ropa, recordó que su hijo
alguna vez le había regalado una colonia, revolvió una caja en la que guardaba
cosas que no usaba nunca, la encontró era un frasquito verde. Se puso unas gotitas
detrás de las orejas y un chorrito en el chaleco y se guardó los cinco mil
pesos en el bolsillo. Estaba satisfecha con su casa limpia y ordenada igual que
ella.
Salió al patio se asomó a la reja impaciente, eligió un buen lugar para poner
una silla y se sentó a esperar.
Vio pasar a algunas vecinas que la saludaron cariñosamente:
–Abuelita que amaneció elegante hoy día
— ¿va a salir?
—pucha que anda bonita
Ella estaba feliz y con su sonrisa sin dientes contestaba:
--Estoy esperando a mi hijo
--- Me va a venir a ver hoy.
Pasó casi todo el día
sentada en su silla, mirando ansiosa el portón sin perder nunca la
sonrisa.
Ya casi anochecía y tal como ella lo había presentido llego
su hijo.
La vio desde la
entrada, le pareció más joven, se veía muy linda allí sentada, llevaba años sin
venir a verla. Nunca tenía tiempo, con el trabajo y su familia era difícil
visitarla. Traía lista la excusa para explicar tanta ausencia. No hicieron
falta las explicaciones, en realidad ella nunca las pedía, era feliz al verlo,
no le importaba nada más. Al acariciar con ternura su rostro que para ella
seguía siendo de niño, sentía que la espera siempre valía la pena.
Esta vez algo era diferente, al acercarse para saludarla ella no extendió su mano
flaquita de vieja para hacerle cariño,
se acercó aún más , le beso la frente
y cayo de rodillas llorando como un niño, como cuando se caía y ella
dejaba lo que estuviera haciendo para
consolarlo. Se dio cuenta que ella, su madre ya no respiraba.
Aidana – vida 2015 enero
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